Erica Beatriz Herszkowich (Argentina)

Sobre la autora
Erica Herszkowich es Directora General de la Escuela Martín Buber, Buenos Aires, Argentina. Ha sido docente de educación formal y no formal, coordinadora y rectora en escuelas primarias y secundarias. Magíster en Gestión de Proyectos Educativos (UCAECE) con mención sobresaliente en tesis de maestría; es Profesora en Ciencia Política (USAL); Licenciada en Ciencia Política (UBA) y Morá por la Escuela Superior de Pedagogía y Estudios Judaicos “Mijlelet Shazar” de Buenos Aires. Ha escrito libros sobre Filosofía y Formación Ética y Ciudadana en coautoría, entre otros trabajos publicados, y ha realizado cursos de perfeccionamiento en Israel.
En marzo de 1992 todavía era soltera y ser madre aún no estaba en mis planes. El año escolar, que en el hemisferio sur inicia en marzo, se estaba estrenando y yo daba mis primeros pasos en mi carrera como morá. En esa escuela judía del barrio de once me habían asignado Kitá Bet para enseñar hebreo y estudios judaicos todas las tardes mientras que, por las mañanas, mi compañera era una maestra con más experiencia que, además, enviaba a sus hijos a la misma escuela.
Pero el martes 17 de marzo sucedió algo que empezó a cambiar la historia de la comunidad judía en Argentina para siempre. Eran las 14.45 hora local cuando una camioneta cargada con explosivos fue estrellada contra el frente del edificio de la Embajada de Israel. En el atentado terrorista murieron 22 personas y otras 242 resultaron heridas. Inmediatamente, y en forma preventiva, nuestra escuela fue evacuada. De repente y sin saber qué había pasado me encontré abrazando a mis chicos en el lugar seguro que nos habían asignado. Al día siguiente volví a la escuela para descubrir que mi compañera del turno mañana, la experimentada en quien hasta ese momento me respaldaba, había estado ausente. Nunca más volvió, ni ella ni sus hijos a la escuela, por el miedo que la paralizó. Y quedé así, de algún modo huérfana y a cargo de mi grupo, sin poder entender esa reacción motivada por quién sabe qué historia personal.
Evoco esta pequeña vivencia porque a veces, como aprendí hace años de Bernardo Blejmar, para comprender mejor, actuar en el presente y diseñar con mayor consistencia el futuro es necesario recorrer la historia en el momento en el que se entrelazan la biografía personal y el proyecto profesional.
Dos años después, un lunes 18 de julio, a las 9.53 h explotó, en un nuevo atentado, la sede de la AMIA, institución madre de la comunidad judía, causando la muerte de 85 personas y más de 300 heridos. Ya trabajando en Martin Buber, se abrieron espacios de reflexión para poder procesar la nueva realidad de la comunidad judía; y, en esos espacios, aprendí de un psicoanalista, Abel Fainstein, una idea que me hizo mucho sentido y me acompaña desde entonces: la bomba explota en nuestros propios cráteres. ¿Cuáles habían sido los cráteres de mi compañera, esa que ya no pudo volver al aula después del atentado?
Es una pregunta que quedó sin respuesta pero que volvió a mi mente con una fuerza inusitada a partir del 7 de octubre, al ver el miedo en carne propia de algunas de las familias más jovencitas de nuestra escuela a las que la guerra explotó en cráteres que, en muchos casos, no sabían que tenían.
El 7 de octubre nos sorprendió con un grupo de 29 estudiantes y tres docentes en Israel y; mientras trabajábamos 24 horas sin parar para hacer las gestiones para traer al grupo de vuelta, intentábamos contener a nuestros docentes en Israel, a las familias de esos estudiantes y docentes y al resto de la escuela; sufrimos la rotura de un vidrio producto de un impacto con un objeto contundente que vino del exterior.
La decisión de una escuela de la red judía de quitar los uniformes a sus estudiantes, un micro escolar que debió ser desviado por amenazas de bomba… todo incide al interior de una escuela judía. Somos un solo pueblo, una sola comunidad, y lo que sucede en un lugar del mundo, por lejano que parezca, tiene réplicas y consecuencias en todos.
En ese momento se pronunció algo que venimos observando y es la tendencia de algunos -subrayo algunos- sectores comunitarios, tanto políticos como religiosos, especialmente desde la ortodoxia, de verse a sí mismos como únicos garantes del judaísmo sionista lo cual no colabora con el diálogo intracomunitario.
Como en todo el mundo el antisemitismo volvió a las redes sociales con nueva fuerza. Algún sindicato docente, al que nunca se le ocurrió pensar ni en Ucrania ni en ningún otro país o pueblo en conflicto, se puso a organizar actividades de esclarecimiento sobre la cuestión palestina.
El miedo como fenómeno contagioso y como profecía autocumplida es algo que me conmueve. Para afrontarlo intentamos informar con la mayor transparencia posible a nuestras familias, a nuestros estudiantes y conversamos mucho, mucho, con todos. Y salimos a hablar con nuestros docentes para que sean cuidadosos y sensibles ante esa sensación de carne viva que aún persiste.
Fue en ese marco, en el que un docente de nuestra escuela, judío e israelí, pensó que era un buen momento para publicar un artículo -que cayó como bomba simbólica- flagrantemente antisionista y contrario al ideario institucional. Esto abrió un conflicto que pasó rápidamente a las redes sociales y los medios masivos de comunicación que dio al debate cuotas de agresividad, violencia y de empoderamiento de diferentes actores que -lejos de colaborar- obturó la resolución y se regodeó en búsqueda de fisuras, tal vez cráteres, al interior de nuestra comunidad.
Y este caso, más allá de la anécdota en sí, nos actualiza algunas certezas y muchos interrogantes. Entre las certezas puedo rescatar las siguientes:
– En una guerra no hay vía del medio; estamos de un lado o del otro; en el medio, nos pisan los tanques.
– No puede haber lugar para una militancia antisionista en una escuela sionista ni para posicionamientos públicos que vayan en contra de los principios ideológicos institucionales.
– El momento en carne viva no es momento para criticar ni cuestionar, solo es momento para abrazar y contener.
– Cada época tiende a percibirse como de excepción e inflexión y a veces conviene poner en duda esas certezas para poder distinguir rupturas y continuidades. Pero lo cierto es que:
– Cada situación es única y vaya que el 7 de octubre y sus consecuencias lo son, pero es el repertorio mental que tenemos construidos los profesionales lo que nos permite dar respuestas -a veces creativas- en cada situación particular y por ello es imprescindible mantener el pulso firme a pesar de todas las presiones; guantes de seda y puños de hierro que otorgan la calma necesaria para el manejo de las crisis.
– Los dispositivos envejecen muy rápido y hay que estar dispuesto a cambiarlos: lo que sirve hoy no necesariamente servirá para mañana.
– Con la misma convicción con la que sostenemos que la educación debe ser el aprendizaje de la alteridad y que en las escuelas es imprescindible hacer lugar al relato del otro afirmamos, junto a Delphine Horvilleur, que con quien niega nuestro derecho a la existencia no hay nada para debatir2. Y agregaría: también tenemos derecho a definir el timing del debate porque el momento en carne viva, sin dudas, no lo es.
Entre los interrogantes, elijo algunos que se relacionan con el sostén de una escuela pluralista.
– ¿Cómo sostener una escuela pluralista en tiempos en que las noticias se viralizan y las demandas de respuestas inmediatas obturan la posibilidad de pensar con la cadencia necesaria?
– ¿Cómo mantener diálogos y proyectos de mediano plazo en tiempos de inmediatez?
– ¿Y cómo es posible mantener el pulso firme en momentos en cada vez son más quienes se consideran expertos en todo y única fuente de autoridad?
– ¿Cómo sostenerse en el pluralismo, cuando muchas veces se confunde la libertad de expresión con la libertad de agredir o reaccionar con violencia?
– ¿Y cómo hacerlo cuando desde algunos espacios del judaísmo se sostiene la existencia de un judaísmo uniforme sin matices ni grises?
La sensación de carne viva, con llagas y cicatrices sigue ahí. La guerra y los secuestrados señalan esto como un deber moral. Pero estamos fuertes – y encuentros como este lo atestiguan – porque es la única opción que históricamente tenemos los judíos. Los educadores tenemos la obligación ética de ser gente esperanzada: ya vendrán tiempos mejores. En tanto, seguimos buscando los intersticios, esas orillas de luz que nos permiten que la realidad entre en la escuela y la escuela salga a la realidad en su justa medida. Una medida que, muchas veces no es justa. Parafraseando al filósofo Santiago Kovadloff3: al fin de cuentas la historia del pueblo judío no es la historia de sus victorias sin retroceso sino la de la pelea, sin pausa, contra todo aquello que intenta hacerlo claudicar.
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Exposición presentada en el marco de “The Latam 120” en Cancún, México (16-18 de junio de 2024). A su vez, es una reelaboración de una exposición de la misma autora presentada en el panel: Guerra en Israel, el impacto en las escuelas judías de las diásporas (19 de noviembre, 2023), en el marco de “Auditorium Panel”, serie de conferencias en línea sobre la educación judía de hoy y mañana, de la Maestría internacional en Educación, con Especialización en Educación Judía de la Universidad Hebrea de Jerusalem.
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Helft, Daniel Delphine Horvilleur, (mayo 2024) La diáspora debe preservar el valor del diálogo entre israelíes y palestinos. La Nación, Suplemento Ideas, 5. Buenos Aires, Argentina,
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Kovadloff Santiago, (1988). Sentido y riesgo de la vida cotidiana. Buenos Aires, Argentina. Emecé Editores.