Ay me voy otra vez, ahí te dejo Madrid *

Por Daniela Ema Aguinsky1 (España)

Ayer fue el “Día de la Hispanidad”, hoy feriado puente y en Madrid la gente salió con sus banderas de España atadas a la espalda. Se juntan a tomar cerveza en la vereda y los museos se llenan porque ese día, son gratis. En Argentina, ahora se llama el “Día de la diversidad cultural”. Cuando era chica le decíamos “Día de la raza”, hasta que dejó de sonar bien y en 2010 lo cambiaron; se conmemora la llegada de Colón a América, el intercambio cultural (a.k.a2) la conquista, y acá lo celebran como los argentinos el Día de la independencia. Son días raros. Ver gente con banderas me cansa, como si la celebración de la identidad fuera un campeonato, un versus: mi identidad es mejor que la tuya, así que la impongo. El proyecto de la Modernidad y los estados nacionales que puso al hombre como centro y fracasó —como epítome el nazismo— hizo que algunos hombres se creyeran mejores a otros. Millones de muertos de manera sistemática en pos de un mundo rubio.

Son días sensibles. Israel está en guerra. El terrorismo nos regala sus mejores imágenes. Los judíos alrededor del mundo nos preguntamos qué hacer. Me rehúso a sentir miedo, aunque me preocupo. Hoy no salgo a la calle y escribo.

“Pero cariño, ya se sabe que lo de los bebés decapitados son fake news” me dice mi host español. Momento de irse. Hace unos días, en una paella que organizó con sus amigos por el día de mi cumpleaños dije que era judía y se hizo un silencio. Diez personas, todas calladas alrededor del arroz azafranado. “Disculpa, es que nunca vi uno” me dijo un chiquito de veintidós años, con algo de asombro. Fue una linda tarde, que incluyó una tarta de chocolate, un par de chistes no graciosos sobre los judíos y comentarios que esta cintura puede manejar, pero ya no quiere tolerar.

Tuiteo sobre lo que está pasando. Al par de días, mi host, a quien conocí en un festival de cine en Argentina hace unos meses, me dice: tenemos que hablar. Está enfadado. “Estás ofendiendo al Pueblo de Madrid con este tuit. A mí y a mis amigos. Si no te sientes bienvenida por el pueblo de Madrid, entonces piraté3”. Es cierto que nos expulsaron en el mil cuatrocientos, ¡pero no voy a ser así de rencorosa! Algunos españoles no solamente nunca vieron un judío; no tienen sentido del humor y no entienden Twitter. También dicen cosas como “yo no soy antisemita, soy antisionista”, poteto, potato. zzzzz. Lo de tener un amigo judío no te lo dicen porque no lo tienen. A esta altura, ya sabemos que proclamarse antisionista es una de las formas del antisemitismo moderno. ¿Quién diría explícitamente que es anti judío? Además de Hamás, claro. También me pregunto qué es el pueblo de Madrid. Y por qué el pueblo de Madrid no condena lo que pasó, y en vez organiza una mani4 de Palestina al día siguiente de los ataques terroristas, en (la puerta del) Sol, y otra más el próximo domingo “contra el colonialismo israelí”. Igualmente, quiero decir que tengo un amigo español, vive en Barcelona.

Al día siguiente vamos con dos colegas argentinos a la puerta de la embajada de Israel (que es un departamento en un edificio). Estamos los pocos judíos que somos (aunque más de los que esperaba), pero no el pueblo de Madrid en general (cosa que entiendo porque los he ofendido con mi tweet). Entonces me piro, o sea me voy, por supuesto que me voy de la casa de mi host aunque cocine la mejor tortilla de papa que haya probado en mi vida, viva en el centro y tenga lavarropas. El tema es a dónde ir. Si no conozco a casi nadie en esta ciudad y todos viven en lugares chicos, con gente y/o son antisionistas. Me levanto temprano y voy al Reina Sofía, aprovecho el día de gratuidad y el wi-fi abierto, un ambiente inspirador para decidir mi destino. Entonces, en el segundo piso a la derecha, el Guernica. Me frizo ante al cuadro porque es eso, el horror facetado en todas sus facetas, los gritos sordos, las facciones saliéndose de las caras. Un día como hoy, el Picasso adquiere una compresión paralizante. Sin embargo el museo está lleno, la gente se amontona para sacarle una foto al cuadro, una selfie mostrando los dientes y se va. Así vemos la guerra, le sacamos una foto al horror, lo compartimos en redes y chau. La distancia entre las personas que están lejos de la zona de conflicto y lo que pasa está mediada por las imágenes, se vuelve un desfile de la insensibilidad: la gente pasa, saca una foto testimonial y a otra cosa.

Parada casi inmóvil frente al óleo, un señor que quiere sacar fotos con su Nikon me toca el hombro y me pide que me mueva. Yo estoy con los ojos vidriosos, viendo en vivo y en directo, y tardo en reaccionar al pedido. Me voy a un costado a seguir mirando. Me impacta y me conmueve más que cualquiera de las fotos que se hicieron públicas de las masacres a modo de pruebas y que prefiero no ver, porque el horror es inconmensurable, aunque entra en un cuadro. ¿Soy la única ahí conectando lo obvio, haciendo uno más uno? Al resto, la coyuntura no pareciera afectarle el paseo ¿Por qué no estamos todos mirando el cuadro en silencio, con lágrimas en los ojos? La indiferencia turística ante el Guernica un día como hoy me hace escribir. ¿Cómo puede ser que en Europa hayan aniquilado a seis millones de judíos y nadie haya hecho nada? La pregunta del adolescente que estudia Shoá. Vivir la indiferencia del mundo me hiela la sangre.

En el noticiero del bar transmiten la parade5 española, con la guerra en quinto plano. “Israel sufre el trauma que Gaza soporta desde hace décadas” dice el hipervínculo del diario, debajo de mi nombre, en una nota que me hacen a raíz de la presentación de mi libro de poemas. ¿Qué hace una poeta judeo argentina en el pueblo de Madrid un 12 de octubre?: Me encantaría decir que comer chocolate con churros en San Ginés pero no, todo el día mandando mensajes inútiles en busca de alojamiento. “Si sé de algo te aviso, quedo atento”, “Boluda, andate a un hostel”, “Estoy recibiendo israelíes que están varados en Barajas, lo siento”. Porque eso hay, israelíes por la ciudad en espera de un vuelo de vuelta, y argentinos buscando repatriación. Sin presupuesto para hoteles ni ganas de esa soledad, sigo intentando, hasta hablar con una amiga en Buenos Aires. Ella tiene una amiga acá, parte de un grupo de Whatsapp con judíos que viven en Madrid y en minutos llegan los mensajes de sillones y colchones inflables disponibles para recibirme cuando les cuenta mi situación. Puedo elegir, entre varias opciones, con quién quedarme.

Voy a lo de una artista textil, del barrio de Malasaña, que nació en La Florida y vive acá hace cinco años. Cuando llego, está en la cocina haciendo engrudo, en la mesa ratona hay un montón de fotocopias que concientizan sobre el pasado 7 de octubre y la gente que aún anda desaparecida, secuestrada por Hamás. Me ofrezco a revolver la olla con harina y agua, mientras ella prepara brochas, engrapadoras y galletitas caseras. Así empezamos a conocernos. Es abierta, directa y muy welcoming. Al rato toca el timbre una chica israelí y las tres nos quedamos charlando de nuestras vidas y lo sucedido con una complicidad de hermanas, hasta que vertemos la mezcla con un embudo en tres botellas de plástico y se va, en plena madrugada, a pegar los carteles por Lavapiés.

De pronto me alegra estar con estas desconocidas, hacer algo desde nuestro lugar periférico y fundamentalmente acompañarnos en esta ciudad que puede ser hostil casi sin proponérselo, por más Cecilia Roth que haya pasado. Porque hoy se están cancelando actividades en templos y clubes, hay más seguridad en las puertas, las mujeres salen sin sus colgantes por miedo a que alguien les diga algo, sin uniformes los chicos que van al colegio judío, un día en donde nos quedamos en casa o nos mezclamos actuando indiferencia, porque salir con nuestros símbolos y banderas se siente peligroso.

Mientras escribo, Nicolás, el hermano menor de mi mejor amiga, ya está listo en la base militar al norte de Israel, incomunicado y por si acaso; mi amigo Alejandro busca a la distancia a sus amigos, los hermanos Iair y Eitán que están secuestrados, y mis conocidos en Israel ya llevan asistidos varios funerales. Aquí, un grupo de gente se está organizando para enviarle a los soldados donaciones y medicamentos, también lo hacen en Buenos Aires. Mi nueva host está en la cocina, horneando una tarta de manzana con hojaldre que impregna el aire de dulzura, para hacer algo con las manos, distraerse y no mirar las noticias. En unas pocas horas esa tarta va a ser el postre de una cena de viernes con amigos y conocidos, una cena sabática de contención entre nosotros y cuyo primer plato es la incertidumbre.



*Extracto de su Diario, publicado el 13 de octubre de 2023 en https://medium.com/@perrajudia/ay-me-voy-otra-vez-ah%C3%AD-te-dejo-madrid-c696371b868a

** Foto al Guernica de Picasso en el Reina Sofía. Afuera y lejos, la guerra.

1. Se formó en cine, letras y periodismo. Es Magíster en Escritura Creativa por la Untref. Durante varios años se desempeñó como redactora de Espectáculos de Clarín. Dirigió La guardia virtual, Huracán Berta y 7 citas de Tinder, entre otros cortos. En 2021, ganó el Segundo Premio Nacional de Poesía Storni por los poemas que aparecen en Terapia con animales (Paisanita Editora), editado también en México y España. En 2023 publicó Mi amante japonés (Eloísa Cartonera) y Aieka (Paisanita Editora). Es traductora de la poeta norteamericana Ellen Bass (Todos los platos del menú; Gog & Magog).
2. Modismo que significa también conocido como.
3. Vete.
4. Manifestación.
5. Desfile.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio