Brian Frojmowicz (Argentina)

Sobre el autor:
Brian Frojmowicz es Licenciado en Ciencia Política (UCEMA). Ha cursado estudios en Yad Vashem y actualmente es estudiante del Instituto Herzog (programa Rimonim) y de la Universidad Torcuato Di Tella. Se desempeña como docente en la Escuela Martín Buber, en ORT Argentina y en la Escuela Scholem Aleijem. Reside en Buenos Aires.
¿Inauguró el 7 de octubre una nueva forma de encarar la educación judía? ¿Debemos tomar a la judeofobia como un eje central para la enseñanza? Subyugar nuestra identidad judía a la mirada de aquellos que nos atacan no solo atenta contra la posibilidad de transmisión identitaria, sino que confunde y pervierte el verdadero sentido de lo que es ser judío; que en definitiva consiste en una serie de prácticas y valores que nos orientan a un camino de vida.
En mayor o menor medida, todos los educadores judíos fuimos tocados por la experiencia del 7 de octubre de 2023. Se nos planteó un desafío. ¿Debíamos seguir educando de la misma manera? ¿Era el mismo sentimiento sionista sobre el que teníamos que enseñar? ¿Debíamos interpretar de idéntica manera el significado de nuestras fuentes –mekorot– a la luz del presente? ¿Debía prevalecer el miedo y la incertidumbre? Dentro de estos y tantos cuestionamientos y dilemas, muchos estudiantes me comenzaron a interpelar con miedos e incertidumbres sobre cómo debían vivir su judaísmo. Algunos de ellos afirmaron que tenían miedo de mostrar cadenas con el Maguen David en sus pechos, de usar prendas de vestir relacionadas a Israel o con la simbología del Tzahal; incluso del hecho mismo de acudir a instituciones de la comunidad. En definitiva, nuestra identidad judía pasaba a estar definida por el antisemitismo.
¿Es posible una identidad judía que se construya a partir de la judeofobia? O, dicho de otro modo, ¿somos judíos por la mirada de los demás? En mi caso particular, soy hijo de la masacre de la Embajada de Israel y de la AMIA. Nací educado bajo pilotes y medidas de seguridad. Los simulacros de evacuación eran una realidad repetida en mis años de escolaridad. Los actos solemnes de recordación estaban (y están) presentes. Asimismo, fui educado con la Shoá como pilar en mi identidad judía. En definitiva, las tragedias antijudías constituyeron en mí y en tantos otros un ritual de memoria; una marca identitaria. Nunca me lo cuestioné demasiado como estudiante, pero a la hora de dar mis primeros pasos como docente entendí un peligro esencial a dicho planteo. Si constituimos nuestro judaísmo a partir del odio, estamos no solamente anulando todo lo positivo que tiene nuestro judaísmo, sino que le transmitimos un mensaje muy nocivo a nuestros alumnos: “Ser judío es el hecho de que te hayan asesinado (y lo seguirán haciendo), y por la memoria de aquellos que murieron debemos seguir siendo judíos”. En el mejor de los casos, mantenemos la identidad por querer “honrar a los muertos”. En el peor de los casos (y de forma razonable) un alumno judío se preguntará si quiere ser parte de un pueblo definido por lo negativo.
Quiero ejemplificar esta situación con dos casos sintomáticos de la terrible decisión que es educar solo y exclusivamente por medio de las “malas experiencias” que vivió nuestro pueblo. La Torá señala la conexión entre nuestra identidad y la vida en numerosas ocasiones. Una de ellas es el famoso mandato de “Y elegirás la vida1” mientras que en Levítico (Vaikrá) leemos que debemos vivir por la mitzvot2. Empero, no faltó ocasión en que en mis clases de Historia Judía le pedí a los estudiantes que señalen diez acontecimientos de nuestra historia y, en la mayoría de los casos, el 80% (o más) remitieron a guerras, pogromos, expulsiones, etc. ¿Tenemos tanto para vivir y poseemos una identidad tan centrada en la muerte? Desde ya que soy el primero en cuestionarse si estamos haciendo algo mal como educadores. Un segundo ejemplo lo encontramos en el capítulo “El Matrimonio Mixto” de la serie “Los Simuladores”3. Tito Brodsky está tratando de convencer a su hijo para que se case con una persona judía y, luego de señalarle el odio del “goi” al judío, intenta un último recurso que es apelar a su madre, que había sobrevivido a la Shoá, como forma “emotiva” para buscar que su hijo comprenda “la importancia de seguir siendo judío”. Desde ya, no queda convencido. Siempre que vuelvo a ver ese capítulo les destaco a mis alumnos que dicha forma es muy perniciosa; y que, a mi juicio, daña más de lo que suma.
Uno de los más grandes referentes del judaísmo de las últimas décadas fue el rabino Jonathan Sacks z’’l, quien nos dejó físicamente cuando más lo necesitábamos. No dudo que sus reflexiones nos ayudan en el presente, pero más lo harían si lo tuviéramos entre nosotros. Sin embargo, su nombre y sus ideas dejaron un gran legado que aquellos que nos sentimos identificados con su visión de mundo tratamos de mantener y de profundizar. Rav Sacks identificó el problema que describí hace ya muchas décadas. Como líder y educador tenía en claro que somos judíos a pesar de la judeofobia, y no por ella. Ello no significa renunciar al aprendizaje sobre antisemitismo ni frenar las recordaciones, sino saber diferenciar lo esencial de lo importante.
En su libro “Radical Then, Radical Now4” Jonathan Sacks comienza describiendo una situación muy particular. Unos alumnos le pidieron ayuda para un trabajo universitario. Debían preparar un tema a investigar y el rav les sugirió que preguntasen a distintas personalidades del mundo qué significaba ser judío para ellos y cómo ello generaba una diferencia significativa en sus vidas. Luego de recopilar la información debían compararla con los textos clásicos judíos y llegar a una conclusión. Sus estudiantes enviaron doscientas cartas y solo recibieron tres respuestas, que el rav destaca que le hicieron darse cuenta de un problema sintomático dentro del pueblo judío:
1) “Soy incapaz de escribir siquiera un pasaje corto sobre lo que significa ser judío para mí. Todo lo que pienso es que soy judío en el mismo sentido de que tengo dos piernas, brazos, ojos, etc. (…) Ni estoy orgulloso, ni avergonzado”
2) El judaísmo es una fuente de confort y seguridad. (…) No tengo dudas de que me sentiría de la misma manera si hubiera sido criado como católico, protestante, musulmán, budista o hotentote.
Y la más trágica de todas:
3) El judaísmo es una enfermedad hereditaria. La contraes de tus padres y se la transmites a tus hijos. ¿Por qué es una enfermedad? Porque no pocas personas han muerto por ella.
Las tres respuestas angustiaron tanto a Sacks como a sus alumnos. Y debo decir que también a mí; cuando las leí por primera vez me impactaron sobremanera. En ninguna de las tres encontramos un sentido existencial para nuestro judaísmo. No hallamos un verdadero motivo para seguir siendo judíos; sino todo lo contrario. Si seguimos la filosofía de la tercera respuesta, promovemos una identidad que le promete una posible pena muerte a quien la tome. Observando dichas respuestas, el rav Sacks decidió que debía escribir un libro que responda a la pregunta sobre nuestra identidad y por qué es necesario transmitirla.
Antes de adentrarnos de forma breve en su respuesta debo decir que, a pesar de que pasaron más de 24 años desde que el rav Sacks escribió su texto, no deja de tener profunda relevancia. Constantemente escuchamos en charlas de la comunidad judía sobre cómo nos asimilamos y perdemos nuestra identidad. La comunidad judía en Argentina es una prueba ilustre de los daños de la asimilación, sobre todo en el mundo no observante. Asimismo, en ciertos sectores del mundo observante encontramos una identidad que educa con el “miedo a lo exterior”; y no con una postura que, a la vez que defiende la identidad judía, entienda que ser “luz para las naciones” implica ser parte del mundo; o, para utilizar las palabras del rav Sacks: “un judaísmo comprometido con el mundo<sup>5</sup>”, que rompa con la falsa dicotomía de asimilación o encierro.
En la última sección del libro anteriormente mencionado, luego de trazar un camino filosófico e histórico sobre los valores del judaísmo, Sacks se plantea por qué él es judío. Creo que sus respuestas son sumamente elaboradas pero sencillas de comprender. Y sobre todo, su importancia no ha hecho más que crecer a la luz de los terribles acontecimientos del 7 de octubre y la guerra que vive el Estado de Israel.
Sacks primero arranca de forma “negativa” sosteniendo aquello que no nos hace judíos:
“No soy judío porque creo que el judaísmo contiene toda la historia humana. Los judíos no escribieron los sonetos de Shakespeare ni las cuartetas de Beethoven. No le dimos al mundo la serenidad de un jardín japonés ni la arquitectura de la Antigua Grecia. Amo esas cosas. Yo admiro las tradiciones que las trajeron<sup>6</sup>”
No somos judíos por ser mejores que los demás. Entiendo que hay distintos enfoques de nuestra identidad en nuestros días. Existen quienes repudian la “cuestión religiosa” y sólo ven el judaísmo en elementos humanísticos, es decir desde una visión totalmente universalista, que no ve problemas en la ausencia de una familia judía. Del lado opuesto, existen lo que sostienen una visión de aislacionismo y particularismo, donde el judío debe estar completamente separado del mundo exterior (no judío). Ambos caminos son respetables<sup>7</sup>, pero no constituyen el “camino judío” que plantea Sacks y que personalmente sigo. No somos mejores personas que los no judíos pero tampoco somos idénticos a ellos. La Torá arranca con un llamado universalista, haber sido creados a imagen y semejanza de D¨s y luego con el llamado particularista de Abraham Avinu. Somos ambas realidades. Y así es como sigue el rav: “Aval Ze Shelanu<sup>8</sup>. No soy judío por el antisemitismo o para evitar darle a Hitler una victoria póstuma. Lo que me pasa no define quien soy: el nuestro es un pueblo de fe (faith), no de destino (fate)”
Pensemos es un viaje clásico para los judíos de Argentina y de gran parte del mundo como es Marcha por la Vida. Tuve el privilegio de que mi Bobe<sup>9</sup> Mirla Z”L y mi Zeide<sup>10</sup> José Z”L ahorraran dinero para que tanto mi hermano como yo pudiéramos viajar. Creo que es una experiencia necesaria e inigualable. Sin embargo, viajar a Auschwitz o reflexionar en Treblinka no nos hace ser quienes somos. ¿Es parte de nosotros? Si, pero no es algo exclusivo. Como dijo alguna vez el rav Biniamin Lau, la verdadera venganza contra los nazis es que somos un pueblo vivo y existente, jai vekaiam; no por Hitler sino a pesar de su voluntad genocida. Y sabemos que, incluso en aquellos momentos, muchos dijeron “Hineni” -Aquí estoy- como Abraham, Moshé, Shmuel y tantos otros héroes del pueblo de Israel que mantuvieron vivo su judaísmo.
¿Por qué ser judío entonces? Rav Sacks da su respuesta:
“Soy judío porque, siendo un hijo de mi pueblo, he escuchado el llamado para agregar mi capítulo a su historia no finalizada(…) los sueños y las esperanzas de mis antepasados viven en mi, y yo soy el guardián de su confianza, ahora y por el futuro. Soy judío porque mis antepasados fueron los primeros en ver que el mundo está guiado por un sentido moral(…) soy judío porque soy un heredero moral de aquellos que se pararon en el Monte Sinaí y se comprometieron a vivir bajo esas verdades(…) soy judío porque nuestra nación, a pesar de que por tiempos sufrió la pobreza más profunda, nunca aabndonó su compromiso de ayudar al pobre o de rescatar a los judíos de otras tierras(…) soy judío porque aprecio la Torá, sabiendo que D¨s no es hallado en las fuerzas naturales sino en los sentidos morales(…) soy orgulloso de ser judío”
Ni la superioridad ni el odio sino los valores. Somos judíos por toda la tradición moral de la que somos herederos y de la que podemos elegir, o no, ser transmisores. Somos educadores porque apreciamos nuestra identidad y, de cierta forma, entendemos que hay algo valioso en su transmisión. Más allá de nuestra orientación, sea más secular o más religiosa, coincidimos en que el judaísmo es algo que “vale la pena” no sólo de ser estudiado sino de ser vivido. Es cierto que en tiempos de relativismo moral, donde impera la lógica de lo instantáneo, la desresponsabilización, el rechazo al compromiso por “grandes causas<sup>11</sup>”,etc., decir todo esto puede sonar anticuado. Sin embargo, el judaísmo fue siempre una fuerza que desafiaba los cánones de la época y no debe ser la excepción en nuestro tiempo.
¿Cambió nuestra identidad a partir del 7 de octubre? Desde ya que vivimos bajo un nuevo tiempo, pero de ninguna manera podemos dejar que el miedo y la tristeza corrompan lo hermoso de ser judío. Desde ya que en nuestras clases y con nuestros grupos tenemos presentes a nuestros hermanos en Gaza, tanto a los secuestrados como a los soldados; y el recuerdo de los muertos será eterno en nosotros. Sin embargo, así como los soldados defienden nuestra identidad desde su rol, los educadores debemos entender nuestra función. ¿Es nuestra misión educar desde la angustia y el miedo? ¿Es menester señalar que lo único esencial y permanente es la judeofobia? Siguiendo al rav Sacks, me atrevo a sugerir que el camino es justamente el contrario.
En los distintos años en los que tengo la tarea de dar clase me toca muchas veces hablar de acontecimientos poco felices. Debo explicar sus causas y sus consecuencias. No pocas son las veces en las que debo entrar en detalles que describen la destrucción. Asimismo, soy un voraz lector de textos que tengan que ver con la Shoá. Empero, trato, desde mi humilde rol, de que mis alumnos no se lleven una imagen triste de su judaísmo. Todo lo contrario. Todo aquello lo vivimos y, sin embargo, aquí estamos. Ellos (así como nosotros) tenemos el libre albedrío de decidir si agregar nuestra letra en el libro de la vida del pueblo de Israel, no para no “deshonrar a los seis millones de muertos” o a cualquier otra víctima de nuestra historia ,sino para mantener nuestros valores. Somos un pueblo de resiliencia.
Para concluir, me remito a una famosa profecía del profeta Ezequiel (Yejezkel) en su capítulo 37. En ella el profeta observa un valle de huesos secos, que representan a la Congregación de Israel luego de la destrucción del Primer Templo. A medida que Yejezkel profetizaba, los huesos se iban uniendo y reconstituyendo en carne. D ́s le pide al profeta que les hable a los huesos, que le responden: “אֹמְרִ֗ים יָבְשׁ֧וּ עַצְמוֹתֵ֛ינוּ וְאָבְדָ֥ה תִקְוָתֵ֖נוּ נִגְזַ֥רְנוּ לָֽנוּ” (“Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza está perdida y estamos condenados”). D ́s, por medio de Yejezkel, le responde a los huesos: “הִנֵּה֩ אֲנִ֨י פֹתֵ֜חַ אֶת־קִבְרֽוֹתֵיכֶ֗ם וְהַעֲלֵיתִ֥י אֶתְכֶ֛ם מִקִּבְרוֹתֵיכֶ֖ם עַמִּ֑י וְהֵבֵאתִ֥י אֶתְכֶ֖ם אֶל־אַדְמַ֥ת יִשְׂרָאֵֽל” (“He aquí que voy a abrir vuestras sepulturas, y os haré subir de vuestras sepulturas, oh pueblo Mío, y os traeré a la Tierra de Israel”). Muchas veces fuimos huesos rotos. El 7 de octubre quebraron nuestra alma. Y, sin embargo, Mir Zainen Do<sup>12</sup>. Hineni, aquí estamos. Esa experiencia no nos definió ni nos estancó. Como dice Shlomo Artzi en una famosa canción: “Imaginen la vida, moviéndose hacia atrás y hacia adelante. Lo que falta se vuelve a llenar, lo que había de repente ya no está<sup>13</sup>”
Nuestro rol como educadores no cambió luego del 7 de octubre, pues la base identitaria permanece: seguimos siendo luces que alumbran; faros de continuidad. Somos parte de un camino que dice: לֹא אָבְדָה תִּקְוָתֵנוּ – No está perdida nuestra esperanza<sup>14</sup>. Tenemos una responsabilidad enorme, con muchos desafíos y dilemas, pero con un objetivo en claro. Más allá de nuestras diferencias religiosas, políticas y culturales, todos somos parte de un proceso maravilloso de educación. No dejemos que nuestra identidad sea definida por un otro que nos odia ni que sea una reliquia de museo, sino lo que es y fue siempre: una identidad que elige la vida.
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Deuteronomio (Devarim 30:19).
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Levítico (Vaikrá 18:5).
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Los Simuladores fue una serie argentina (2002-2004) cuya trama consistía en un grupo de cuatro socios que ayudaban a distintas personas a resolver problemas que a priori parecían imposibles de ser resueltos. Su director fue Damián Szifron y gozó (aún goza) de una gran popularidad en la República Argentina.
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Sacks, Jonathan(2000), Radical Then,Radical Now, Londres, Reino Unidos: Bloomsbury
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Un judaísmo comprometido es el título de la conferencia de despedida del Gran Rabino Jonathan Sacks de su función como titular de la United Hebrew Congregations of the Commonwealth. El mismo puede ser encontrado en el siguiente link: https://media.rabbisacks.org/20211108161210/Judaism_Engaged_JSacks_webpdf2-1.pdf
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Sacks, Jonathan, Op.Cit, p.217
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Desde ya, no comparto ninguna de las visiones antagónicas que expresé; y apelando a un lenguaje propio del Rambam en el Shemona Perakim, debemos apuntar a un “justo medio”, que en este caso creo que lo encarna en cierta forma el pensamiento del Rav Jonathan Sacks.
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“Pero es nuestro”
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Abuela, en yiddish.
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Abuelo en yiddish.
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Sacks, Jonathan. (2020). Morality: Restoring the Common Good in Divided Times. Londres, Reino Unido: John Murray Press.
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¡Estamos aquí! en yiddish. Refiere a una expresión del Himno de los Partizanos Judíos.
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Nos referimos al tema תתארו לכם del año 2007.
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Refiere a Hatikva, el himno de Israel.