La persistencia del nombre judío

Maximiliano Diel,  Uruguay

Sobre el autor 

Maximiliano Diel Schanzembach es Master en Educación (2019) y Licenciado en Psicología por la Universidad de la República (2011). Siguiendo las enseñanzas de Freud y Lacan practica el psicoanálisis en su consultorio particular. Desde el 2008 ejerce como profesor de Cultura Judía en Bachillerato en la EIHU, y desde 2014 como corrector y docente de Teoría del Conocimiento en Bachillerato Internacional.

Ha diseñado e impartido los siguientes cursos, entre otros: en la Universidad Católica del Uruguay, “Cultura judía: 10 pensadores imprescindibles” (2017); en la Universidad Hebraica de México, los cursos “Moisés en la encrucijada: Psicoanálisis, Arqueología y Tradición Judía” (2021) y “Pensamiento judío, modernidad y secularización” (2022), de 14 hs. cada uno.

Creador de la columna de cultura general “Papeles que cambiaron el mundo” en el programa Búsqueda en Vivo de radio Océano FM. Colaborador en Mensuario Relaciones y Radio Sefarad en España. Ha publicado artículos en Argentina, México, España y Uruguay sobre psicoanálisis y sobre cultura judía.

“Lo que el hombre ha hecho al hombre, en una época muy reciente, ha afectado a la materia prima del escritor –la suma y la potencialidad del comportamiento humano- y oprime su cerebro con unas tinieblas nuevas.”

George Steiner

En algún lugar de su obra, el filósofo Emmanuel Levinas nos arenga: “¡Filosofemos como hombres y no como filósofos!” Esta bella indicación se hace eco de la constatación de que, según cierto Midrash, Adán y Eva están enterrados en Hebrón junto con los patriarcas hebreos. Sus enseñanzas son para la humanidad. 

“Como hombres”, es decir, como aquellos a los que el lenguaje atravesó. Y aquí celebramos nuevamente las enseñanzas del Génesis: Adán comienza a hablar nombrando. Es la primera enseñanza de ese ser misterioso al que llamamos Dios (en hebreo, le decimos “el Nombre”) y que progresivamente va desapareciendo de esa colección de rollos llamada Biblia1

El hombre nace demasiado pronto. Es el animal que más tiempo se alimenta del pecho materno; el cachorro humano se encuentra indefenso ante los peligros del mundo, dependiente de los cuidados de quienes estén en función materna. Recordemos junto con Winiccott que no hay tal cosa como “un bebé”, sólo existe un bebé y alguien que lo cuide. Habitualmente, esa figura que lo sostiene (en toda la amplitud de la palabra) le transmite al bebé un nombre y una filiación. 

Los nombres importan. Fijémonos que la Kábala remonta la genealogía de este mundo en una combinatoria de letras; más acá está el Golem del Rabino Leib de Praga, con el poder de dar vida y muerte gracias al Secreto Nombre2

La manera en que es nombrada la cosa, hace a la cosa misma. Davar, en hebreo, significa palabra y cosa, simultáneamente. 

¿Qué es lo judío, qué es la cosa judía? Bibliotecas enteras procuran responder, y eso es buena cosa. Consideremos aquí una tesis mínima, pero potente. 

Siguiendo al lingüista y psicoanalista Jean-Claude Milner3, digamos que lo judío es un nombre. El cual es uno de los tantos nombres que alguien puede recibir de sus padres. Es un nombre que se hereda, que nadie pidió, como el nombre de pila o el apellido. Eventualmente, habrá que hacer algo con él. 

Este nombre (que viene del Otro) que me nombra, contiene en sí mismo una triple posibilidad: una afirmación, una negación, una interrogación. Nombrarse judío forma y transforma a su portador; incluso cuando se pretende olvidarlo, puede venir alguien completamente ajeno a recordárselo4. A veces con brutalidad inusitada. Se constituye así una poderosa dialéctica mediante la cual se actualiza una de las tesis de Sartre: somos lo que “hacemos de lo que han hecho de nosotros”5. Me han hecho pueblo elegido o víctima absoluta, outsider o establishment, paria o parvenu (advenedizo, trepador social). La lista se puede extender, y espero haber evocado en el lector algunas referencias con estas palabras-guiño. 

Por lo tanto, existen personas que se dicen asertivamente judías. Esto implica una serie inagotable de reflexiones y pensamientos, memoria e historia, una resonancia en ciertas lenguas, tener conductas visibles y aun separadoras, compromisos endogámicos y exogámicos, que afectan a su persona y a otros cotidianamente. ¿Existe tal cosa como un judío solo? ¿Es posible lo judío sin un diálogo intertextual y generacional? 

Con Milner, decimos que son judíos de afirmación. Nuevamente hay bibliotecas frondosas que desarrollan esa “positividad” del nombre judío, y quizás una aporía de ello fueron los judíos alemanes, demasiado prestos a mostrar sus contribuciones a la cultura germana como para darse cuenta de que solo se trataba de un monólogo6

En la vereda opuesta, existen aquellos que se consideran a sí mismos judíos de excepción; que apenas pronunciado, el nombre judío se combina con una negación del tipo “soy judío pero…”. La negación puede recaer sobre cualquier aspecto del amplio horizonte de la experiencia judía (no al gobierno de Israel, no al Estado de Israel, no a los que usan kipá, no a la guetización, etc.). Suelen nombrarse progresistas, aunque es un progresismo selectivo y tuerto; algunos extreman la cuestión hasta la denuncia generalizada de la cosa judía, considerándose los únicos portadores del nombre judío que son dignos de aprecio por el resto de la sociedad. Otros pretenden dejar caer el nombre judío, muchas veces sin éxito, aun a pesar del fustigamiento engendrado por cierto auto-odio. ¿Por qué cuesta tanto negar ese nombre? ¿Por qué a otros les pesa tanto que algunos judíos quieran negar su nombre? El asimilacionismo moderno nos sigue planteando lecciones que no tenemos suficientemente presentes. En conjunto, más allá de su heterogeneidad, más allá de su “excepcionalidad”, ellos se constituyen como judíos de negación. 

Oscilando entre ambas posiciones, existen aquellos a los cuales no les molesta ser nombrados como judíos ni que esto se diga de otros, sin que ningún significado en particular llene este nombre. Cuando eso ocurre, el nombre funciona casi como una casilla vacía, permitiendo el movimiento de otras piezas. Sin embargo, por momentos se interrogan: “¿qué me digo a mí mismo de este nombre? ¿Qué les digo a los otros? ¿Qué les digo a mis hijos?”. Las respuestas, ocasionalmente, los orientan hacia cierto recorrido de esa banda de Moebius que constituye la experiencia judía: incluso el “judío no-judío” de Deutscher7 o Elishá Ben-Abuyá8 del Talmud tienen un lugar en la tradición crítica de lo judío. Su interrogación, aunque los dirija en uno u otro sentido de la banda, sigue ubicándolos en ese tejido que constituye lo judío, con su respectiva urdimbre y su trama9

A quienes se hallan en esta posición, los nominamos como judíos de interrogación.

El punto es que no importa qué tan estrecho haya quedado este nombre, a nivel sincrónico sigue atravesando a los que se dicen judíos de afirmación, de interrogación y de negación: todos se nombran igual. El grito de “¡JUDÍO!” y las cadenas de connotaciones asociadas no distinguen matices. Universos de significación distintos van a enlazarse en un solo nombre. 

No obstante, la fuerza de una palabra está en su capacidad de división. Portar el nombre judío, para algunos y otros, operará como una frontera infranqueable: la práctica social y discursiva de acotar a los judíos como un grupo social radicalmente distinto al resto del mundo ha sido denominada como alosemitismo, dando lugar al amplio espectro que va desde el filosemitismo al antisemitismo10. Los nombres engendran prácticas que dan lugar a nuevos nombres. No deja de ser curioso que, en la Torá, la actitud reconocida como “judía” de responder una pregunta con otra pregunta se encuentra, por primera vez, en Caín11, portador de esa marca que lo va a distinguir por generaciones. ¿Hace falta exhumar la sentencia del profeta Balaam? Un «pueblo que será solitario y no se contará entre las demás naciones”12

Desde esta perspectiva, lo judío no responde a una esencia o metafísica, a ninguna raza o “comunidad de sangre” (Blutsgemeinschaft), a ninguna creencia o saber: el antisemita vienés Mator Lueger solía exclamar, amenazante: “es judío quien yo elijo que lo sea”13, tesis que de manera brutal se hace eco de los postulados de Spinoza y Sartre, para quienes al judío lo define su enemigo14

A nivel diacrónico, es un nombre que persiste en un mundo en el que los nombres duran poco. Quizás, cada vez menos.

Fuentes y persistencia del nombre 

¿Cómo puede ser que persista el nombre judío? ¿Cómo es posible que siga existiendo gente que se nombre judía? Las perspectivas históricas nos ayudan a desnaturalizar lo que aparece como evidente, y no tiene nada de evidente que sigan existiendo personas que se nombren como judías.

Se conoce la respuesta que da la tradición judía: el soporte material del nombre judío es el estudio de ciertos textos, en especial del Talmud. Es notable señalar que el Talmud contiene la semilla de su propia negación, mediante la crítica acérrima a los argumentos de autoridad y a los milagros como pruebas para zanjar una discusión. La famosa historia del rabino Eliezer, conocida como “El horno de Ajnai”, es un ejemplo destacado de ello15

A partir de la Modernidad, algunos han mantenido su nombre judío sustituyendo el Talmud por el Saber16. Así se renovó la tradición textual, ahora desde una perspectiva secular. Esta tesis ha sido sostenida también, desde otras latitudes, por Amos Oz y su hija Fania Oz-Salzberg en su texto “Los judíos y las palabras”17. Lo judío es un nombre que se afirma en la lectura, pero ésta no provee necesariamente de certezas. Leer, para la tradición judía, no significa asentir.  

Especialmente desde la Ilustración, encontramos una eclosión de posiciones respecto al nombre heredado. En este sentido, es sumamente significativo para nuestro asunto que Freud haya terminado con dicho interrogante su último libro publicado en vida18 (Moisés y la religión monoteísta19), dejando el tema como un enigma aún no resuelto:

Acaso nuestra indagación haya echado alguna luz sobre el problema de saber cómo el pueblo judío adquirió las propiedades que lo singularizan. Menos esclarecimiento halló otro problema, el de averiguar de qué modo pudo conservarse como una individualidad hasta nuestros días. Pero no se puede con justicia pedir ni esperar respuestas exhaustivas a tales enigmas (p. 132, subrayado del autor).

De modo esquemático, lejos de pretender dar una respuesta a semejante pregunta, es posible articular la persistencia del nombre judío con lo que Karl Jaspers20 plantea como los orígenes de la filosofía. Este filósofo postula que hay tres impulsos, tres fuentes que hallamos en el hombre y que lo mueven a filosofar. Nosotros diríamos: a pensar. Ellas son el asombro, la duda y la conmoción. Si las llevamos a la experiencia judía, resultan fértiles para plantear ciertas preguntas. 

En primer lugar, haber recibido el nombre judío es algo que produce asombro: ¿por qué hay algunos que se dicen así y otros que no? ¿Dónde radican las diferencias? ¿Es el mismo nombre que portaban algunos hace 3000 años? ¿Cómo se mantuvo en el tiempo este nombre? ¿Cuáles fueron los sucesivos cambios que atravesaron sus portadores? ¿Qué lugar en la Historia tiene? ¿Acaso se puede sostener un nombre sin apelar a algún tipo de diferenciación? ¿Es posible diferenciarse sin necesariamente hacerse odiar? La rabina Delphine Horvilleur21 señala con agudeza que, desde una perspectiva antisemita, lo judío es un impedimento para una anhelada y tranquilizadora completud, -la totalidad de ser “Uno”-, un mundo donde reinen el orden y las “hermosas y saludables alianzas de naciones”.  Desde otro ángulo, algo similar plantea Milner22 al  ubicar al nombre judío como un obstáculo para el axioma de Vincent de Lérins: si discursivamente la verdad es “en todas partes, siempre, por todos”, el nombre judío insiste una y otra vez en rechazar esa demanda universal, y en ese acto de rehusarse radica “la universalidad judía”.

Incluso, podemos darle una vuelta más y afirmar que las distintas posiciones que sostienen el nombre judío también constituyen un dique para la propia “completud” de la comunidad judía, lo que quizás nos brinde otra explicación para esa persistencia inclasificable del nombre judío. 

Posteriormente, adviene la duda: ¿es que yo quiero portar este nombre? ¿Por qué no desligarme de él? ¿Qué significa para mí este nombre? ¿Y para mi colectivo? ¿Qué hago yo para darle un sentido? ¿Acaso tiene algún sentido no metafísico que sigan existiendo judíos? ¿Quién puede decirse judío –de afirmación, interrogación o negación- desconociendo el intento de aniquilación del nombre? El filósofo Sydney Hook se preguntaba:

 

“¿Deberá un judío tener hijos, si ello puede provocar una Shoá, tal y como ya la experimentamos, o alguna forma análoga de tortura? O, si ha tenido hijos, ¿no tienen que hacer él o ella cuanto esté en sus manos para asegurar que esos hijos abandonen la identidad y la historia judías?”23 

 

Finalmente, la conmoción, la emoción fuerte, visceral, la experiencia límite: ¿ser judío es ser un sobreviviente? ¿Es posible permanecer indiferente ante este nombre que se convirtió en testimonio de atrocidades? ¿Quizás incluso en agente de sufrimiento para otros? ¿Qué precio estamos dispuestos a afrontar para sobrevivir? ¿Y qué se entiende, hoy, por supervivencia? Dice George Steiner, un intelectual fiel a la tradición crítica judía:

 

“Para mí el hecho de que un judío tenga que torturar a otro ser humano, como hace la policía secreta israelí, para sobrevivir es algo a lo que no me puedo acomodar racionalmente. Me parece que es una barbaridad. Si me preguntan por qué es peor que en cualquier otro ser humano, digo que para mí es infinitamente peor. Somos el pueblo que, al estar despojado y acosado, ha tenido el fantástico privilegio aristocrático de no torturar a nadie, de no convertir a nadie en apátrida”24

 

En otro lado, vuelve a poner el dedo en la llaga del alosemitismo: “¿Hemos sobrevivido durante milenios para acabar siendo como todos los demás? Quizás el alma debería tener sus esnobismos.”25 

¿Qué proyecto, qué ethos, qué visión pone en juego el nombre judío en el mundo? 

¿Y en Israel?

Desde el fatídico 7 de octubre de 2023, hay algunos procesos que podemos constatar. En primer lugar, la tensión entre el nombre judío y el de sionista parece encontrarse en una nueva etapa. Si bien ya había comenzado una redefinición de las relaciones entre Israel y las comunidades judías, este “Sucot Negro” aceleró lo anterior, entendiendo a las comunidades del resto del mundo ya no como exilio ni como diáspora o dispersión, sino como peoplehood (palabra sin traducción clara al español, que podríamos postular como judeidad, como algo distinto del judaísmo), es decir, sin centro. 

No está claro que ese relacionamiento más horizontal sea viable en los hechos, ni cuál sería el modo adecuado para sostenerlo. Sí está claro que Israel tiene un efecto insoslayable en la situación de los judíos del mundo, más allá de su posición respecto al nombre judío. Lo judío y lo sionista son nombres que por momentos se intercambian, permitiendo una serie de permutaciones que reciclan nociones antiguas, desde las teorías del complot hasta el asesinato de niños por mero sadismo. 

En esa difusa región geográfica, política y cultural que llamamos Occidente (que ha hecho del judío su objeto causa de deseo26), la insistencia en demonizar la palabra “sionista” debe tener más de un fundamento, donde se coagulan lógicas distintas. Sin embargo, como en general en Occidente no se habla árabe (u otras lenguas orientales), se omite el hecho absolutamente crucial de que los discursos de los que se declaran enemigos de Israel, empezando por los líderes del Hamas, se refieren a “los judíos” o a “los sionistas”, indistintamente. La distinción entre judío y sionista, tan cara para algunos discursos de corrección política occidental, no opera allí.

¿Es posible trazar un paralelismo situado en la así llamada Edad Media? La genialidad de Umberto Eco27 nos arroja de bruces contra una constatación: se odia solo a quien se puede odiar. Aquí una cita de su obra “El nombre de la rosa”, donde el protagonista intenta comprender por qué los ataques contra los judíos:

 

E iban matando a todos los judíos que encontraban a su paso, y se apoderaban de sus bienes…—¿Por qué a los judíos? —pregunté. Y Salvatore me respondió: —¿Por qué no? Entonces me explicó que toda la vida habían oído decir a los predicadores que los judíos eran los enemigos de la cristiandad y que acumulaban los bienes que a ellos les eran negados. Yo le pregunté si no eran los señores y los obispos quienes acumulaban esos bienes a través del diezmo, y si, por tanto, los pastorcillos no se equivocaban de enemigos. Me respondió que, cuando los verdaderos enemigos son demasiado fuertes, hay que buscarse otros enemigos más débiles. Pensé que por eso los simples reciben tal denominación. Sólo los poderosos saben siempre con toda claridad cuáles son sus verdaderos enemigos. Los señores no querían que los pastorcillos pusieran en peligro sus bienes, y tuvieron la inmensa suerte de que los jefes de los pastorcillos insinuasen la idea de que muchas de las riquezas estaban en poder de los judíos. Le pregunté quién había convencido a la muchedumbre de que era necesario atacar a los judíos. Salvatore no lo recordaba. (…) Lo extraño es que Salvatore me contó esta historia como si se tratase de una empresa muy virtuosa” (el subrayado es del autor).

 

En segundo lugar, la amalgama entre el nombre judío y sionista engendra aporías complejas a la interna del estado de Israel, especialmente respecto a la proliferación en el discurso político y público de argumentaciones mesiánicas y poco pragmáticas, por momentos rayanas en el fanatismo. La confusión entre memoria e historia ha vehiculizado una serie de comparaciones macabras que inflaman las heridas de la memoria colectiva judía.  

En tercer lugar, hoy en junio del 2024, no está claro que los portadores del nombre judío hayan podido empezar a realizar un duelo, en la medida que aún siguen en el atolladero.  Cronos devora a sus hijos, y no es posible ver, ni comprender, ni precipitar conclusión alguna. El acto de duelo, la posibilidad de renunciar a ese trozo de sí que nos arroja brutal y públicamente a una posición deseante28, es posterior a la conmoción de la muerte. Sin embargo, esa experiencia límite, en Israel, aún es omnipresente, obturando cualquier significación que funcione como andamiaje para “vivir con nuestros muertos”29. Aún no podemos decir con exactitud qué se perdió el 7 de octubre, pero en Israel la sensación es que algo quedó hecho añicos. 

Por estos aspectos, entre otros, da la impresión que estamos atravesando un momento de cambio en relación al nombre judío, donde las claves (los shiboleth30) para reconocerse como judío de afirmación, de negación o de interrogación se hallan en plena transformación. Ello nos enfrenta, una vez más, a la encrucijada entre cerrar filas de manera compacta, encolumnados en una sola postura, o asumir una posición de creatividad, crítica y compromiso con esta potente tradición cultural judía.  

 

  1.  Friedman, G. E. (1995). The disappearance of God. Harvard University Press.

  2.  De las muchas fuentes posibles de esa historia, elijo la de Isaac Bashevis Singer por las cualidades “demasiado humanas” del Golem, y junto con Gerschom Scholem desaliento la de Gustav Meyrink, muy imbuida de elementos ajenos a la tradición judía. 

  3. Milner, Jean-Claude (2007) Las inclinaciones criminales de la Europa democrática. Manantial.
  4. El crítico literario Jean Améry (Hans Mayer) cuenta cómo descubrió su judeidad en 1935, sentado en un café vienés leyendo un artículo en el periódico sobre las leyes de Nuremberg. Ludwig Wittgenstein le escribió a Keynes algo similar. Ver Traverso (2005).

  5. Sartre, Jean-Paul (2004). Reflexiones sobre la cuestión judía. DeBolsillo, p. 67.

  6. Traverso, E. (2005). Los judíos y Alemania. Pretextos
  7. Deutscher, Isaac (2017). The non-jewish jew and other essays. Verso.

  8. También nombrado como “Ajer” (el Otro) este personaje herético aparece en varios pasajes del Talmud. Quizás el más importante se trate de la visita mística de cuatro sabios al PaRDeS, de los cuales uno (Ben-Azzai) murió, otro (Ben-Zoma) enloqueció, Ben-Abuyá “cortó las amarras” (abandonó su cultura) y el cuarto (Akiva) salió ileso (Jaguigá 14.b). 

  9. Una metáfora de la duración (urdimbre) y la forma (trama) que puede adoptar el nombre judío.
  10. Bauman, Z. (2007). Alosemitismo: Premoderno, moderno, postmoderno. En P. Mendes-Flohr, Y. T. Assis, & L. Senkman (Eds.), Identidades judías, modernidad y globalización (pp. 87-110). Lilmod.

  11. «Y le preguntó el Eterno a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?” Y él respondió: “No sé, ¿soy acaso el guardián de mi hermano?”». Donde sigue una de los pasajes más conmovedores de toda la Biblia: «”¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a Mí desde la tierra”». Génesis 4: 9-10.
  12. Números 23:9

  13. Steiner, G. (2001). Patria/exilio. En P. Mendes-Flohr, Y. T. Assis, & L. Senkman (Eds.), Identidades judías, modernidad y globalización (pp. 123-145). Lilmod, p. 298.

  14. Se puede agregar que la primera vez en la Biblia que aparece la nominación “judío” para referirse a un israelita es en el Rollo de Ester, cuyo argumento es precisamente la enemistad entre un judío de corte y otro funcionario de la realeza persa. Ver: Ester 2:5.
  15. Talmud, tratado de Baba Mezi’a 59b. Se puede hallar en otras textos, como por ejemplo en Scholem, (2018). Conceptos básicos del judaísmo. Trotta, p. 86. La imagen de Dios rezongando mientras exclama “mis hijos me han vencido” es ciertamente elocuente. 

  16.  Milner, J.-C. (2011). El judío de saber. Manantial.

  17.  “Lo que posibilitó la supervivencia de los judíos fueron los libros. Por supuesto que los libros estaban considerados como sagrados; pero den a esto la vuelta y verán a un pueblo que amó los libros hasta tal punto que los hizo sagrados”. Oz, A., & Oz-Salzberger, F. (2012). Los judíos y las palabras. Siruela. p. 50.

  18. (N. del E.) El libro fue escrito entre 1934 y 1938. Freud muere en septiembre de 1939.
  19.  Freud, S. (2012). Moisés y la religión monoteísta. Amorrortu.
  20.  Jaspers, K. (1978). La filosofía. Fondo de Cultura Económica.  Jaspers continúa su desarrollo centrándose en la comunicación y luego toma un giro metafísico y teológico. Nos interesa retener solamente los tres primeros puntos de su planteo. 

  21. Horvilleur, D. (2020). Reflexiones sobre la cuestión antisemita. Del Zorzal.

  22. Milner, J.-C. (2012). Lacan el judío. Revista Virtualia N° 24 – Mayo de de 2012. 

  23. Citado en Steiner, op. Cit., p. 298. La bella película de Lev Schreiber (2005) “Everything is illuminated” plantea cierta imposibilidad frente a esta última pregunta. 

  24.  Steiner, G. (2011). Los logócratas. DeBolsillo, p. 128-129.
  25.  Steiner, G. (2001). Patria/exilio. En P. Mendes-Flohr, Y. T. Assis, & L. Senkman (Eds.), Identidades judías, modernidad y globalización. Lilmod, p. 301.

  26. Ver el notable artículo del psicoanalista François Regnault (2008) titulado “Nuestro objeto a”.
  27.  Eco, U. (2016). El nombre de la rosa. Lumen, pp. 162-163

  28. Allouch, J. (2011). Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Cuenco del Plata.
  29.  Horvilleur, D. (2023). Vivir con nuestros muertos. Del Asteroide.
  30. La noción de Shiboleth (espiga) remite a un oscuro episodio que figura en Jueces 12: 4-6. De forma amplia, se refiere a las contraseñas o prácticas que permiten identificar la pertenencia a un grupo.
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