Brian Frojmowicz (Buenos Aires, Argentina)
Sobre el autor:
Brian Frojmowicz es Licenciado en Ciencia Política (UCEMA). Ha cursado estudios en Yad Vashem y actualmente es estudiante del Instituto Herzog (programa Rimonim) y de la Universidad Torcuato Di Tella. Se desempeña como docente en la Escuela Martín Buber, en ORT Argentina y en la Escuela Scholem Aleijem. Reside en Buenos Aires.

Hace un tiempo me encontraba estudiando con un rabino muy querido el texto “Guevurot Hashem” del Maharal de Praga, específicamente su introducción. Entre otras cuestiones, el pensador judío discute sobre el concepto de “Olam Habá” y vincula dicha idea al concepto de “extensión de los días” que está presente en numerosas ocasiones en nuestras mekorot1.
Por ejemplo, en el libro del Éxodo leemos:
“Honra a tu padre y a tu madre, ya que se habrán de prolongar tus días sobre la tierra, que Adonai, tu D’s, te da a ti”2
כַּבֵּ֥ד אֶת־אָבִ֖יךָ וְאֶת־אִמֶּ֑ךָ לְמַ֙עַן֙ יַאֲרִכ֣וּן יָמֶ֔יךָ עַ֚ל הָאֲדָמָ֔ה אֲשֶׁר־יְהֹוָ֥ה אֱלֹהֶ֖יךָ נֹתֵ֥ן לָֽךְ
Y sobre la vida/y muerte de Abraham Avinu, leemos:
“Feneció y murió Abraham en buena vejez, – anciano y colmado”3
וַיִּגְוַ֨ע וַיָּ֧מׇת אַבְרָהָ֛ם בְּשֵׂיבָ֥ה טוֹבָ֖ה זָקֵ֣ן וְשָׂבֵ֑עַ
En ambos casos, el texto nos habla acerca de lo que hacemos con nuestra vida. Más allá del comentario particular del pensador de Praga sobre el concepto ya expuesto, con mi rabino pensamos que, en el fondo, se nos habla de la forma en que vivimos la vida. Dicho de otro modo: si seguimos cierta conducta vamos a lograr una vida extensa, no solo en el plano del mundo por venir, sino en nuestra vida cotidiana. Prolongamos nuestros días dándole un sentido a cada uno de ellos.
¿Cómo lo hacemos? Una forma es respetando a nuestros padres, para demostrar que somos agradecidos con lo que nos dieron y legar esa misma idea a nuestros hijos. Otra forma, siendo como Abraham Avinu; que no murió en “buena vejez” solamente por su edad, sino que vivió una vida colmada de sentido.
Esta pequeña reflexión nos dice mucho como morim, pues creo que en el fondo tenemos el objetivo de construir un camino con sentido para nuestros estudiantes y lograr que “se extiendan sus días”. Y, sin embargo, estamos ante una tarea sumamente contraintuitiva en nuestros días, donde el goce por la inmediatez y la desesperación por lo fugaz -y supuestamente “placentero”- hace difícil la lucha por construir una educación que abogue por las “grandes causas”; en específico por la continuidad de la tradición judía que ante todo demanda responsabilidad por un proyecto compartido que trasciende al individuo.
Tomemos algunos ejemplos cotidianos. Es sorprendente la reducción de los tiempos. Observo que los estudiantes acceden a consumos problemáticos a edades cada vez menores. Ya sea por gusto sincero o por presión social, los chicos toman alcohol cada vez más jóvenes y acceden a drogas como la marihuana desde chicos. En ciertos lugares, consumir es sinónimo de la “prueba de cuán rebelde uno es”. La paradoja es que son muy frágiles a nivel emocional. No es chiste el concepto de “generación de cristal”. Una sobredosis (el concepto es sumamente apropiado) de teléfonos celulares con otros elementos en cuanto a lo pedagógico han hecho que la sensibilidad de los chicos esté a flor de piel. ¿Dónde reside la paradoja? Son “sumamente grandes” para consumir drogas pero “sumamente chicos” para enfrentarse a una situación adversa -ya sea académica, amorosa, familiar, etc-. Este contexto siembra serias dificultades para construir “sentido de trascendencia” en los jóvenes.
Hace poco escuché la anécdota de que un joven se pintó en la musculosa de su fiesta de egresados una hoja de marihuana. Parece un dato menor; pero expresa, en el fondo, la aceptación generalizada de la realidad antes descrita. No nos cabe la menor duda de que drogarse es muy simple hoy en día. Cualquier estudiante promedio ha tenido la posibilidad de hacerlo o se lo han ofrecido. Las escuelas ofrecen charlas sobre consumos problemáticos. Sin embargo, existe un desprecio sobre la realidad por parte de muchos estudiantes que afirman (cito textual): “Siempre la misma charla” y yo agregaría: “Total vamos a seguir haciendo lo que nosotros queremos”.
Otro aspecto aterrador es la irrupción de las apuestas deportivas, mecanismo perverso que atrofia la razón de las personas y las conduce al supuesto “camino del éxito” a costa de perder grandes cantidades de dinero. Recuerdo que hace unos años estaba en un sábado de peulá4 de la Escuela de Madrijim5. Mi inocencia de 15 años no me había preparado para escuchar que varios de los chicos apostaban al jugar al truco. Yo no lo podía creer por dos razones: La primera es que, para mi, el truco siempre había sido algo vinculado a la amistad y nunca a lo monetario. La segunda razón es que no podía concebir que chicos apostaran dinero que no era suyo (claramente, por las sumas que decían, pertenecía a sus padres). Este hecho sucedió en 2016. Las historias que escucho hoy en día hacen que mi anécdota suene como “un cuento para niños”.
Por último (entre tantas otras cuestiones que podríamos remarcar), tenemos estudiantes que poseen menos herramientas intelectuales para interpretar su realidad. En este punto, no comparto la visión “progresista” de que los jóvenes de hoy tienen “más libertad” y “más razonamiento crítico”, etc. Tampoco soy un apologista del pasado. Sin embargo, hoy la mayoría de nuestros estudiantes leen mucho menos, viven alienados producto de la invasión de las pantallas y si bien están “sobre ofertados” de información sobre la realidad, no necesariamente distinguen entre lo que es verdadero y lo que es falso. Cito dos ejemplos. Un estudiante (de quinto año) me confesó que el libro que había leído en mi materia había sido el primero que había leído de forma completa en sus cinco años de secundaria. El segundo ejemplo es que cuando les pregunté a los estudiantes si se habían informado sobre los votos que habían efectuado en las elecciones (sin importar el candidato), si sabían lo que era ser “de izquierda” y ser “de derecha”, etc., recibí, en su mayoría, un gran silencio de sepulcro. No digo que esto sea una muestra acertada de lo que sucede en todo el sistema educativo, pero es algo que mis colegas y yo encontramos en la realidad a la que nos enfrentamos.
Frente a un panorama adverso, ¿qué es lo que podemos hacer? En primer lugar, creo necesario dejar de asumir que el docente siempre tiene la culpa. Es evidente que no somos infalibles y que debemos adaptarnos a los tiempos que corren. Quien no sea consciente de ello es ciego frente a una realidad dinámica. Eso no quiere decir que el docente deba cargar con las culpas de todo “el caso”, donde siempre es el culpable de que “las clases fallen” y de la “falta de atención de los estudiantes”. Sin un vínculo sincero entre docentes, directivos y padres -donde todos asuman la responsabilidad que tienen y todos aporten soluciones factibles-, es imposible que la “cosa funcione”.
En segundo lugar, los docentes de Educación Judía debemos poner como prioridad máxima la continuidad de nuestro Pueblo, que no solo es -para mí- el imperativo inclaudicable de por qué somos morim, sino que es una forma “revolucionaria” (para los días que vivimos) de construir “sentido”, de “extender los días de nuestros talmidim”, de forjar trascendencia para un mundo tan “líquido” (en palabras de Zygmunt Bauman) que descree de valores y verdades. Una educación judía que no logre brindar amor y orgullo por el judaísmo, que ponga no solo al combate a la asimilación sino a la continuidad de la tradición (es decir que lo exprese en forma positiva) como eje central, es una educación judía que fracasó. Insisto, todo esto dicho depende del trabajo conjunto entre todos los actores de las escuelas.
Aquí es donde los morim no debemos ser neutrales. No nos debe dar lo mismo que nuestros estudiantes quieran o no mantener su judaísmo. No nos debe dar lo mismo que se identifiquen o no con el Estado de Israel. Nos tiene que movilizar que ellos se cuestionen si en el futuro quieren o no formar una familia judía. Nos debe movilizar el hecho de que deseen o no ser educadores, líderes, madrijim, etc. En otras palabras, tenemos que tener morim que se desviven por su judaísmo. Más allá de un trabajo con su adecuada remuneración, nuestro tafkid6 trasciende lo monetario (o debería hacerlo). Nadie es moré o morá solamente por el dinero.
Si no seguimos forjando el sentido de vida, si no proponemos una alternativa viable a la nefasta lógica de la inmediatez de la cual nuestros talmidim son víctimas, si no tomamos consciencia de que nuestra situación actual le propone a los chicos “reduzcan sus vidas, abandonen un sentido a largo plazo, vivan el hoy”, etc.; estaremos a la deriva.
Antes de morir, Moshé Rabenu dijo que el pacto con Am Israel no era solamente con los que estaban en aquel momento en el desierto:
“Empero no con vosotros -solos- yo concertó el Pacto este, y la imprecación esta. Pues con el que está aquí con nosotros de pie, el día de hoy, delante de Adonai nuestro D’s, y con el que no está aquí con nosotros el día de hoy”7
Nosotros, los morim, somos los responsables de generar las condiciones para que nuestros talmidim quieran y puedan mantener ese pacto, que no es otra cosa que la transmisión de una identidad que promueve la búsqueda de trascendencia; la construcción de un proyecto colectivo que rompa con las dificultades que viven nuestros jóvenes hoy en dia. ¿Tomaremos este desafío?
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(N. de la E.) Mekorot: Fuentes judías.
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Séfer Shemot (Éxodo 20:12)
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Séfer Bereshit (Génesis 25:5)
- (N. de la E.) Peulá: Actividad, en el marco de la Educación No Formal.
- (N. de la E.) Escuela de líderes juveniles, en el marco de la Educación No Formal.
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(N. de la E.) Tafkid: Rol, tarea.
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Séfer Devarim (Deuteronomio 29:14-15).