
Atenea Levy estudió Biología en la UNAM (Ciudad de México) y se especializó en Filosofía de la Ciencia y en Innovación Educativa. Lleva más de 25 años dedicándose a cuestiones de educación -formal y no formal-, porque ahí radica su apuesta para un cambio social.
Lo que hicieron estas mujeres herederas de los libros no alimenta la lógica de la conquista. No proclama verdades; las disuelve. No pretende ordenar el mundo, sino cultivar desde su fractura. No impone estructura; la erosiona, a veces sutilmente, a veces con la fuerza de una revolución. Su método es otro: minucioso, insumiso, exegético. Mujeres que supieron abrir en el entramado del conocimiento esa grieta por donde se cuela la luz. No pretendieron poseer el mundo, sino comprender su desgarro. Esa es su ética perenne, y también su poesía: una forma de sostener el universo desde el desierto, no para desplazar el centro, sino para interrogar su sentido.
Hay preguntas que no emergen directamente del canon ni del método, sino de la intemperie que habita los bordes. Preguntas que no alimentan el eco de los saberes consagrados, sino que nacen desde el umbral del exilio, donde la curiosidad se entrelaza con la herida y la lucidez se afina en el despojo. ¿Qué sucede cuando la construcción científica se cruza con siglos de desplazamiento, con una tradición que enseña a leer lo ausente, a discernir lo nodal en lo roto? ¿Qué forma adquiere la ciencia cuando germina no en el centro hegemónico, sino en la periferia penumbral de quienes han resistido sin endurecerse?
La historia de la ciencia —al menos la comúnmente narrada— ha sido esa de hombres que escriben fórmulas en pizarras infinitas, como invocando una teogonía sin dioses. Pero bajo ese relato burdo existe un micelio subterráneo, a veces apenas reconocido y que disiente sin estruendo. Ese tejido lleva el nombre —los nombres— de mujeres judías, que supieron horadar las estructuras que pretendían contenerlas. Resquebrajaron no solo códigos materiales, sino epistemes enteras, y persistieron por un instante eterno en la sombra del relato oficial… no por omisión, sino por subversión.
Y detrás de esa disidencia hay un trasfondo irreductiblemente judío: un antiquísimo vaivén entre exclusión y rugidos de sabiduría. Tres hijas y madres de una tradición en la que el estudio no consiste en acumular, sino en personificar un acto sagrado; un diálogo perpetuo entre el pasado y el futuro.
Rosalind Franklin1, con la precisión de quien escribe la vida con el filo de las letras, percibía su propia fe como una basada no en el futuro y destino individual, sino en el colectivo. Sus palabras no eran ingenuas: eran una ética milenaria cifrada en lenguaje secular. Una forma de tikún olam2 que no se enuncia: se encarna.
Lynn Margulis3, al pensar la endosimbiosis, no ofrecía sólo un modelo evolutivo alterno: propuso una lectura distinta de los seres y sus relaciones. Donde el paradigma dominante veía conflicto, ella subrayó alianzas; donde la ciencia hegemónica veía competencia, ella privilegió reciprocidad. Su propuesta no solo desafió a darwinistas ortodoxos, sino a toda una forma de concebir la existencia. Había en su pensamiento un eco vivo de las enseñanzas judías… interdependencia, responsabilidad, la generación de lo nuevo a partir de lo conocido. Su ciencia era, sin proclamarlo, una filosofía relacional del mundo. Una forma de reparar, desde la biología, la idea de que nada existe sin el otro.
Rita Levi-Montalcini4, desde su exilio interior y mientras Europa se deshacía en escombros, entendía las redes y las conexiones neuronales como quien enciende velas en medio de la devastación. No buscaba abstraerse del mundo, sino reconstruirlo con la obstinación de quien sabe que toda unión puede ser también una forma de cuidado. Para ella el laboratorio fue un santuario, pero también una trinchera. No había ciencia pura; en cambio, había ciencia como acto de memoria y de porvenir. En cada encuentro afirmaba una intuición profunda: que el saber puede ser un gesto de compasión radical.
Estas tres figuras, tan científicas como tejedoras del mundo, se funden en una misma torsión ética: no usaron la ciencia como instrumento de control, sino como forma de reparación. Margulis no antepuso un mundo regido por el conflicto. Franklin no concebía una fe excluyente de quienes vendrán. Levi-Montalcini proponía la ciencia como un acto de esperanza y solidaridad, un modo de restaurar la humanidad desde sus mismos escombros.
Las tres encarnaron un tikún no de sinagogas, sino de sistemas vivos. No es redención lo que buscan: es vínculo. Es responsabilidad y una lealtad feroz a lo subyacente.
La historia científica de mujeres está llena de silencios: no porque todas hayan sido ignoradas, sino porque con demasiada frecuencia el reconocimiento llega tarde, y en términos tales que no alcanzan a nombrarlas del todo. Es una cartografía incompleta, donde faltan las sendas que se gestan en el desierto. En sus márgenes, sin embargo, se ha tejido otra historia: una de persistencias. Una ciencia lateral que no pretende clausurar el sentido, sino abrir fisuras en la lectura dominante.
Como una anotación en hojas del exilio, estas mujeres han sido un midrash5 biológico: la relectura del mundo, la exégesis de lo real. No se limitaron a observar el universo: lo interpelaron desde su fractura. No pretendieron respuestas finales, sino preguntas desde el origen. Su ciencia, más que meramente novedad, es reparación.
Y es tal vez ahí donde reside el verdadero ner tamid6: estas mujeres no quisieron solo entender el mundo, sino recomponerlo desde dentro. Ver la doble hélice era apenas el umbral; lo central era la pregunta acerca de sus implicaciones éticas. Estudiar la mente no bastaba: era preciso honrar esa fragilidad ancestral que la habita. Rastrear los cómos de la vida exigía, también, volver a contarla en voz plural.
Su ciencia no fue Torre de Marfil sino tienda en el desierto: nómada, abierta, sagrada. De Franklin a Margulis, de Levi-Montalcini a quienes aún no son nombradas, todas ellas bordan a fuerza de materia y preguntas un saber que no clausura, sino que convoca. En su brillantez hay hermenéutica. En sus desarraigos, una liturgia del cuidado. En su herejía, una fidelidad más profunda: no al dogma, sino a la posibilidad infinita de la gueulá7.
Hay preguntas que no emergen directamente del canon ni del método, sino de la intemperie de habitar los bordes. Y es precisamente en esa intemperie, perpetua y sin anclaje, donde las preguntas regresan como un gesto inacabado y colectivo, como incendios que insisten, como espejos que no reflejan el paradigma, sino sus grietas.
Porque habitar los bordes no es huir del centro sino redibujar, en el desierto, la topografía de lo posible.
Tal vez en ellas tres sea esa, en última instancia, la más micelial herencia de su judaísmo: no la posesión de una verdad, sino la obstinación por seguir hilando sentido donde otros vieron una madeja revuelta. No la certeza, sino la búsqueda infinita. No la fe ciega, sino la rebelión ética de imaginar un mundo en el que valga más la pena vivir.
Bibliografía
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Rosalind Franklin (1920–1958) fue una física y cristalógrafa británica cuyo trabajo con difracción de rayos X fue decisivo para la identificación de la estructura del ADN. La llamada Fotografía 51, obtenida por ella en su laboratorio, fue compartida sin su consentimiento con James Watson y Francis Crick por Maurice Wilkins, colega de Franklin en el King’s College. Esa fotografía les permitió elaborar un modelo que da cuenta de la estructura de doble hélice del ADN. Aunque la contribución de Franklin fue científica y técnicamente superior en varios aspectos, ella no fue incluída en el Premio Nobel otorgado en 1962 a Watson, Crick y Wilkins. Su caso ha sido ampliamente documentado como un ejemplo de apropiación de trabajo científico en contextos de desigualdad de género (Maddox, 2002; Franklin & Gosling, 1953).
- Tikún olam, se refiere a reparar (tikún) el mundo (olam). Es una expresión del pensamiento judío que ha tomado distintos matices desde su inclusión en el Talmud, donde implicaba normas para el mantenimiento del orden social. Hoy en día el concepto se usa también como un principio ético que promueve la justicia social, ambiental y económica. En contextos seculares, se entiende como una responsabilidad activa hacia la mejora del mundo, sin requerir una base religiosa explícita (Dorff, 2005).
- Lynn Margulis (1938–2011) fue una bióloga evolutiva estadounidense que desarrolló la teoría de la endosimbiosis seriada. En ella, Margulis explica que ciertas estructuras celulares (como las mitocondrias y cloroplastos) derivan de bacterias incorporadas por simbiosis a otra célula más grande. Sus trabajos fueron rechazados inicialmente por más de 15 revistas científicas antes de ser publicados en 1967. Margulis enfrentó durante años el rechazo de la comunidad científica dominante, que mantenía una visión preponderantemente competitiva de la Evolución. A pesar de la hostilidad, su trabajo fue luego validado por evidencia genética y se ha convertido en uno de los más importantes pilares de la biología moderna (Sagan, 2012; Margulis, 1998).
- Rita Levi-Montalcini (1909–2012) nació en Italia y se dedicó a las neurociencias. Junto con Stanley Cohen, descubrió el factor de crecimiento nervioso (NGF), fundamental para el entendimiento del desarrollo, supervivencia y plasticidad neuronal. Ganó el Premio Nobel de Medicina en 1986. Durante años tuvo que trabajar en secreto debido a las leyes raciales fascistas en Italia, y mucha de su investigación la hizo en un laboratorio clandestino e improvisado en su casa. Su concepción del trabajo científico incluía una dimensión explícita de compasión y responsabilidad ética y a lo largo de su vida defendió una visión de la ciencia comprometida con la humanidad. Fue senadora vitalicia en Italia y defensora activa de la investigación científica y los derechos humanos.
- Midrash es una metodología exegética judía desarrollada principalmente en la época rabínica, que busca expandir o reinterpretar el significado de los textos bíblicos a través del análisis de lagunas, contradicciones o ambigüedades. No se trata de mera explicación literal, sino de una reelaboración activa del texto. Esta práctica no se limita a explicar lo evidente, sino a generar nuevas preguntas y sentidos. En un uso ampliado, puede describir cualquier lectura crítica que interroga lo dado y se resignifica a partir de lo marginal o lo omitido (Boyarin, 1990).
- Ner tamid significa luz perpetua; es una lámpara que arde continuamente en las sinagogas como símbolo de la presencia divina y de la continuidad del pacto. En la cultura judía moderna y también en contextos simbólicos seculares, representa la permanencia de la memoria, la ética y la vigilancia constante frente a la injusticia o el olvido (Bokser, 1981).
- Gueulá quiere decir redención, y en el judaísmo clásico alude a una liberación colectiva futura. En contextos contemporáneos y seculares, puede referirse a procesos de transformación o restitución ética que, sin ser milagrosos, implican una reparación histórica o estructural de lo humano (Heschel, 2004).
Qué preciosa manera de hilar ideas y palabras. Muchas gracias!
Gracias se me ocurre que podríamos organizar algo del tema en Justo Sierra…
Un abrazo.
Les Deseo Mucho Éxito x Muchos Años; Bendiciones