¿Por qué hebreo?

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Meir Bunytow. Educador, moré, coordinador y, desde hace 16 años, director de Educación Judía. Promotor y agente de cambio en la educación judía, siempre buscando acercar y resignificar la cultura judía para las nuevas generaciones. Reconocido como uno de los referentes en educación judía en la comunidad de México. Estudió dos maestrías en Educación, un posgrado en Ética y Sociedad y es Psicoterapeuta corporal. 

Permítanme iniciar con una anécdota recurrente.
Cada vez que viajo a Israel o salgo de Israel, al llegar a la revisión de seguridad, enseño mi pasaporte (normalmente el argentino) y entonces me dice el interrogador —todos jóvenes, no mayores a 25 o 26 años, entiendo que muy poco conectados con la historia del pueblo judío—: “¿English is ok?” Y le respondo: “Ivrit”. “¿Tienes pasaporte israelí?” No. Obviamente recibo una mirada de interrogación…

Después de dos o tres preguntas, y supongo que esperando que yo no conteste bien en hebreo, llega la interpelación: “¿Por qué hablas tan bien hebreo?” La pregunta llega normalmente desde la sospecha: ¿quién es este raro que no es israelí y habla perfectamente hebreo? Esto es de sospechar.

Entonces doy todas las respuestas válidas: soy judío, estudié hebreo en escuelas judías en la diáspora, me dedico a la enseñanza de hebreo, dirijo una escuela judía, mi familia vive en Israel, etc. A veces, las respuestas son satisfactorias para dejarme pasar, sin embargo, en múltiples ocasiones, llaman a su superior, quien llega a investigar nuevamente, porque es sospechoso que alguien que no es israelí y que no vive en Israel hable en hebreo.

¿Qué loco dedicaría horas y horas a estudiar un idioma que no tiene ninguna relevancia en el mundo más que la relacionada con la Biblia o con aquellos que crecieron donde este se habla?

En 1896, Herzl se preguntaba en su libro El Estado Judío (מדינת היהודים): ¿Quién de nosotros sabe suficiente hebreo como para comprar un boleto de tren? Hoy, 129 años después, podemos decir que muchos millones de personas saben suficiente hebreo como para construir un país; 129 años después, el hebreo construyó una nación. Esa es la fuerza del idioma.

Aquellos que recrearon la idea de la nación judía y, con ello, el retorno a la Tierra de Israel y la construcción del Estado de Israel, entendieron que eso no podría hacerse sin revivir el idioma hebreo.

El idioma no es solo un lenguaje de comunicación funcional. El hebreo es identidad, cultura, creencia, creación y espíritu. Siento una profunda fascinación por el idioma hebreo. Al igual que cada idioma, trae consigo múltiples capas de contenido, palabras que son mundos particulares que no pueden traducirse, que solo tienen sentido en hebreo y en el contexto de la cultura.

El lenguaje hebreo es el idioma sagrado; el lenguaje del Tanaj que hemos recibido por herencia; el lenguaje del Rey David, el poeta de los Salmos; el lenguaje del Cantar de los Cantares, el eterno canto de amor de Salomón; el lenguaje del consuelo y la furia de Jeremías; el lenguaje de la visión de Ezequiel y todos los profetas de Israel; el lenguaje de los comentaristas de la Torá; el lenguaje de los Sabios de España para su poesía y piyutim, y por supuesto, el lenguaje de los más grandes poetas y escritores hebreos de los tiempos modernos, los creadores y creadores del núcleo de la renovada cultura hebrea.

Sin embargo, lo que yo sienta no da respuesta a las necesidades y a la realidad de las escuelas judías.

En primer lugar, la pregunta “¿para qué el hebreo?” responde a una mirada funcional, utilitarista y pragmática, y podría decir que, si esa es la pregunta, la respuesta es: para nada, o podemos buscar respuestas utilitaristas como las que hemos dado en los últimos años al no tener respuestas de fondo. Por ejemplo: “que estudiar un idioma desarrolla capacidades cerebrales diferentes, o que les ayudará en sus viajes a Israel a comprar un falafel; conocer otro idioma nos permite relacionarnos con personas de otros países, nos da la posibilidad de vivir, estudiar o trabajar en el extranjero, además agiliza la memoria y concentración; entre más idiomas adquirimos, más habilidades de aprendizaje.”

Si ese fuera el caso, entonces deberíamos enfocarnos en idiomas que tengan una funcionalidad más clara y cuya enseñanza haya sido más exitosa. Esas respuestas no convencen y no justifican tener un sistema educativo enfocado en la enseñanza del hebreo, que en términos generales no ha tenido el resultado deseado.

Por el contrario, nuestros padres y alumnos concluyen diciendo: ¿Cómo es posible que después de tantos años de estar expuestos al hebreo, nuestros alumnos no puedan mantener una conversación básica? Y todo lo demás que ya hemos oído.

A un judío que no vive en Israel y que no tiene una participación en ámbitos que requieran del uso del idioma hebreo, el hebreo no le sirve para nada. Durante 2000 años, los judíos sobrevivieron como comunidades sin hablar el hebreo como lengua de uso funcional. Por lo tanto, ni la pregunta ni la respuesta funcional aplican al hebreo en las comunidades de la diáspora.

Sin embargo, las escuelas no se han atrevido a quitar el hebreo; hay quienes han reducido horas (en detrimento de aquello que se proponen hacer), han relegado a los enseñantes del idioma (en detrimento de lo que manifiestan como importante), pero no se han atrevido a eliminar el hebreo del sistema. Como contraparte, sistemas educativos en otras partes del mundo han vuelto a la enseñanza del hebreo después de enfrentarse al impacto negativo que tuvo el dejar de enseñarlo (Hebrew at the Center, Pomson1).

Y creo que la pregunta que nos toca responder, y digo nos toca porque es una pregunta de pueblo y no responde a lo individual, es: ¿por qué queremos el hebreo?

Los lenguajes de identidad no se miden con la misma vara que los conocimientos funcionales. El estudio de la Torá en la tradición judía tiene un ciclo diferente al académico: se lee, relee, reflexiona, repiensa y se vuelve a leer, porque el objetivo es la construcción de la persona, la comunidad, el pueblo. Lo mismo sucede con todos los lenguajes de identidad.

Es necesario hacer un recorrido por la historia de la educación judía en general y en nuestra comunidad para poder abordar los retos actuales de la enseñanza del hebreo.

Durante más de 60 años, el paradigma educativo judío dominante en nuestra comunidad fue el de la educación judeo-sionista. En los años 40, inspiradas en el modelo de la Red Tarbut de Europa, se fundaron en la Ciudad de México las escuelas Tarbut (Tarbut Ashkenazí, Tarbut Sefaradí y Tarbut Monte Sinaí), y casi cuatro décadas después, siguiendo la misma línea, se creó el Colegio Maguen David. Todas ellas, en coherencia con los principios ideológicos de aquella red europea, adoptaron el nombre de “hebreas”: Colegio Hebreo Tarbut, Colegio Hebreo Monte Sinaí, Colegio Hebreo Sefaradí y, más tarde, Colegio Hebreo Maguen David.

La denominación “hebreo” provenía de un modelo ideológico promovido por la ideología sionista, que buscaba distinguir al judío diaspórico del nuevo judío que necesitaba la Tierra de Israel para construir el estado. En ese modelo, el idioma hebreo era el elemento central, que debía suplir al idish y a otros idiomas que podían poner en peligro la construcción de este nuevo constructo: “el nuevo judío”, valiente, libre e independiente, no sometido.

El concepto hebreo aparece 34 veces en el Tanaj, no como nombre del idioma sino como denominación del pueblo, de Bnei Israel; la mirada sionista hacía recurrencia a la relación del pueblo con la tierra. La educación Tarbut buscaba establecer escuelas hebreas, sionistas y seculares (pero no antirreligiosas), que combinaban estudios hebreos y generales, humanidades y ciencias, utilizando métodos educativos modernos que promovían el trabajo independiente del alumno y la conexión entre la actividad física, el estudio teórico, el pensamiento crítico y el trabajo manual, con el fin de formar al estudiante para contribuir al futuro de su pueblo.

El estudiante debía ser puesto en el centro y tener en cuenta sus necesidades y las etapas de desarrollo, mientras se desarrollaba la estética, la creatividad, el cuerpo y el enfoque de la naturaleza. En “Tarbut”, lo anterior recibió además un significado, en el marco del sionismo, de la formación para la vida pionera, la acción y la productividad: la hajshará.

El idioma no era menos importante que el contenido: las escuelas de la red eran completamente hebreas. El método de enseñanza de idiomas era el “método natural” —“hebreo en hebreo”— en el que el idioma se enseña similar a la lengua materna, sin traducción. Así es como la “Tarbut” esperaba ayudar al renacimiento del idioma hebreo, introduciendo su uso como lengua viva en los hogares de los estudiantes, incluyendo la participación de los padres. En las escuelas Tarbut de Europa, los estudios generales también se enseñaban en hebreo. Los graduados sabían hablar hebreo con fluidez.

Los programas de estudio respondían al ideal de la Aliá e incluían hebreo, estudios hebreos y sobre la Tierra de Israel, educación para el sionismo y para el pionerismo. Existía la mirada futura hacia Israel y la mirada temporal hacia la presencia en los países europeos, así como la lealtad hacia ellos.

“Tarbut” era una red educativa secular pero no antirreligiosa, que reconocía el valor de la tradición en la vida judía. Los temas judíos se transmitían desde una perspectiva no religiosa, un giro revolucionario en la educación judía. Los objetivos en la enseñanza del Tanaj fueron artísticos-literarios, científicos-históricos, morales-públicos y nacionales-israelíes. La red implicaba conexiones entre escuelas, programas, centros de preparación docente, cursos pedagógicos, clases nocturnas para adultos, bibliotecas comunes y centrales pedagógicas, publicación de libros y revistas.

De modo similar se organizó el sistema educativo de la comunidad judía de México, centralizado por el Vaad Hajinuj y el Seminar Lemorot, dirigidos por el representante de la Sojnut, quien traía a los shlijim a México y coordinaba con los patronatos de las escuelas. Las escuelas tenían un director general israelí, un director de hebreo israelí y maestros shlijim en posiciones centrales.

Los departamentos se llamaban departamentos de hebreo, considerando el hebreo como cultura y no solo como idioma instrumental. Durante muchos años, las clases de los temas judíos se enseñaban en hebreo; los contenidos culturales se relacionaban con la naciente y creciente cultura israelí. El idioma era el eje central mediante el cual se transmitía cultura e ideología, con Israel como fin, aunque la mayoría de la comunidad no haría Aliá.

A fines de los años 90 y principios de 2000, comenzaron a observarse cambios significativos:

  • Cambios educativos y económicos que impulsaron enfoques más funcionales e instrumentales, relegando la construcción del ser.
  • Israel se consolidaba como sociedad escindida de la diáspora y el discurso sionista comenzaba a cambiar, así como la mirada sobre el Israel ideal.
  • El auge económico de Israel modificó la atracción de los maestros en Shlijut.
  • Globalización, internet, tecnología y nuevas formas de identidad y comunicación.

Estos cambios afectaron la formación docente, con el cierre del Seminario para maestras y la apertura de la Universidad Hebraica. Las escuelas dejaron de trabajar en red en términos de programas y contenidos. Los cambios relegaron al hebreo como lengua de estudio y transmisión a un papel secundario, hasta quedar excluido de la formación docente.

Las escuelas continuaron de manera aislada buscando soluciones instrumentales: reciclando docentes retirados, contratando y formando maestros en servicio, y funcionando con lo que podrían llamarse técnicos funcionales accidentales, muchos de ellos sin pasión ni conocimiento de la cultura que sustenta el idioma o de Israel, transformando los espacios de enseñanza del hebreo en el reflejo de esa situación.

El discurso de los contenidos judíos adoptó los nuevos conceptos de certificación y el modelo academicista; pronto los departamentos de hebreo se transformaron en departamentos de Estudios Judaicos, centrados más en la forma que en el propósito identitario de los contenidos. Por ejemplo, las clases de música israelí que servían a la construcción cultural desaparecieron, y los rikudim adoptaron formas más vinculadas a la cultura comunitaria del Festival Aviv. La educación judía debía adaptarse a los sistemas pedagógicos modernos para poder seguir existiendo.

En este contexto, las reflexiones de Rubik Rozenthal son esclarecedoras. Identifica cuatro elementos fundamentales para la conservación de un idioma, cada uno necesario y juntos generadores de cohesión y estabilidad:

  1. Una comunidad que hable el idioma: toda lengua necesita una comunidad viva que la utilice. El hebreo sobrevivió gracias a comunidades que lo preservaron a lo largo de la historia.
  2. Escritura y alfabetización: la tradición judía siempre fue alfabetizada; leer y escribir en hebreo garantizó la transmisión del idioma, desde los textos bíblicos hasta las yeshivot y la vida comunitaria moderna.
  3. Un ethos común: un marco compartido de ideas y valores asegura que el lenguaje de identidad mantenga su significado. Para el pueblo judío, este ethos ha evolucionado, conectando la fe, la educación y el sionismo moderno, y ha sido central en la transmisión de la cultura y los textos.
  4. Gramática estable y articulada: la coherencia lingüística permite que el hebreo sea reconocido como la misma lengua a lo largo de los siglos.

Si analizamos nuestra comunidad a la luz de estas condiciones, entendemos que no basta con enseñar hebreo como herramienta funcional: es necesario reconstruir el tejido de comunidad, alfabetización, ethos y vitalidad cultural.

En última instancia, la pregunta “¿por qué hebreo?” nos invita a mirar más allá de la funcionalidad inmediata del idioma. A lo largo de la historia reciente, el hebreo ha sido mucho más que un medio de comunicación: ha sido el hilo que conecta identidad, cultura, memoria y proyecto colectivo.

El hebreo nos permite transmitir no solo palabras, sino mundos: historias, valores, creencias, poesía, pensamiento y acción. Mantener su centralidad en la educación judía no consiste simplemente en enseñar vocabulario o gramática, sino en sostener la relación del individuo con su comunidad, con su ethos, con la herencia cultural y con la visión de futuro que nos constituye como pueblo.

Hoy, frente a contextos de globalización, tecnología y transformaciones sociales, los desafíos son claros: cómo enseñar un idioma que trascienda la funcionalidad, cómo formar maestros que comprendan su sentido profundo, y cómo generar espacios educativos donde la lengua siga siendo viva, compartida y significativa.

Responder a “¿por qué hebreo?” es entonces un acto de continuidad histórica y de compromiso comunitario. Significa afirmar que, más allá de cualquier métrica académica, el hebreo sigue siendo un puente entre generaciones, un vehículo de identidad y un motor de cohesión que permite a la diáspora vivir su pertenencia, su cultura y su proyecto colectivo con plena conciencia de su historia y su destino.

  1. Alex Pomson y Jack Wertheimer, Hebrew for what? Hebrew at the heart of Jewish day schools (AVI CHAI Foundation, marzo de 2017), disponible en https://www.rosovconsulting.com/wp-content/uploads/2017/04/Hebrew-for-What-AVI-CHAI-Foundation.pdf

     

    Hebrew at the Center, The state of Hebrew education: Insights from Toronto and beyond (2024), disponible en:

    https://hebrewatthecenter.org/the-state-of-hebrew-education-insights-from-toronto-and-beyond/?utm_source=chatgpt.com

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