No estamos solos…

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Silvia Cherem S. (México D.F., México)

Sobre la autora: 

Periodista y escritora mexicana especializada en la entrevista. Ha publicado entrevistas de largo aliento con destacadas personalidades del mundo cultural mexicano e internacional, así como reportajes y crónicas. Autora de once libros y numerosos artículos, obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en el año 2005. Su libro ESE INSTANTE fue galardonado por el International Latino Book Awards como el libro más inspirador de 2021.

Ex presidenta del International Women´s Forum Capítulo México y Mujer del Año 2022. A partir del barbárico y cruel atentado contra Israel el 7 de octubre de 2023, se convirtió en la voz más reconocida en México en la lucha contra el terrorismo.

Con cierto temor, pero con datos; con claridad moral; con la certeza de que debemos defender la verdad a costa de todo; el pasado 7 de octubre de 2024, al año de la carnicería cometida por Hamás en el sur de Israel, se presentó en México mi libro Por nuestras libertades (antes de que sea demasiado tarde), con el subtítulo: Claves para entender el Medio Oriente y el oscurantismo que se avecina en Occidente, publicado por Aguilar, una filial de Penguin Random House. 

Desde entonces hasta la fecha, he dado más de 70 entrevistas en televisión, radio y podcasts; he presentado el libro en decenas de foros, ferias de libro, universidades y clubes de lectura. A pesar de haber padecido pequeños incidentes y confrontaciones, como la que viví en la Feria del Libro de Guadalajara cuando un grupo de manifestantes quiso estallar la presentación con consignas antisemitas, debo decir que el balance ha sido muy positivo. No solo porque van dos reediciones en escasos dos meses y porque se mantiene como número 1 en ventas de Amazon, sino también porque a diario recibo decenas de mansajes de lectores que, en su mayoría, señalan: “Me has abierto los ojos”, lo que permite constatar que no estamos solos, que hay un mundo de gente ávida por entender y que, por desconocimiento, no por mala voluntad, se han tragado el discurso del odio antisemita y antisionista que demoniza a Israel y se propaga en redes.

 El libro está dividido en al menos tres bloques diferenciados. El primero, “Desde Israel”, es un testimonio de primera mano, una crónica detallada de las más de cien entrevistas que realicé en abril de 2024, la semana de la primera invasión con misiles provenientes de Irán, dialogando con sobrevivientes, diplomáticos, intelectuales y líderes en Israel —judíos, árabes, musulmanes, católicos, beduinos y drusos—, todas las diversas caras de esta problemática.

La segunda parte, titulada “Por nuestras libertades”, que da nombre al libro, presenta datos concretos sobre temas clave para entender el origen de la manipulación ideológica. Me refiero a los movimientos DEI y BDS, el enfoque de la izquierda hacia los «derechos humanos», el yihadismo y el creciente alcance de la teocracia iraní, el flujo de dinero hacia universidades estadounidenses, el antisemitismo en evolución y la ideología de los Hermanos Musulmanes contra Israel. Asimismo, convencida de que todos tenemos derecho a tener opiniones distintas, pero no a tergiversar los hechos para presentar “realidades a modo”, aludo a los intentos históricos de paz, a los orígenes de Hamás, al rol de la UNRWA y de la ONU, además de añadir un capítulo de los cientos de atentados terroristas perpetrados por fundamentalistas islámicos en las últimas dos décadas, páginas y páginas que muestran la perversidad de la lucha yihadista “contra los infieles” en todos los rincones del planeta.

La tercera sección recopila mis publicaciones en prensa desde el 10 de octubre, esclareciendo temas específicos como el involucramiento de los medios, las redes sociales y la propagación del odio que pone en riesgo las libertades de Occidente. El libro concluye con una cronología y puntos clave.

Como muchos que el 7 de octubre de 2023 perdimos el piso que nos sostenía, me mueve una pasión irrefrenable por combatir el antisemitismo, la propaganda y las distorsiones ideológicas, a fin de tender puentes de paz y entendimiento, erradicar el odio, alertar sobre sus riesgos y promover la esperanza.

Aquí una probadita de un apartado del segundo bloque, donde hablo de la izquierda radical y trato de explicar por qué perdió el rumbo liberal, democrático, ateo y de apego a la verdad que algún día la caracterizó. 

Por nuestras libertades está disponible a nivel mundial en libro electrónico (Kindle, Amazon y otras plataformas), audiolibro (Audible) y libro físico en México (y pronto en EUA y países de habla hispana). Además, ya está traducido al inglés; y, a fin de no estar atada a burocracias que tarden años en tomar decisiones, hoy toco puertas para hallar un editor que pueda publicarlo cuanto antes…

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(Fragmentos entre la pág. 103 y 116 de Por nuestras libertades)

El yihadismo, la propaganda y la izquierda

De forma escandalosa, cuando aún permanecían centenas de terroristas en Israel, cuando aún no se lograba concebir la magnitud de la sórdida masacre, cuando los rescatistas se enfrentaban a un cementerio de coches incendiados y casas completamente quemadas con sus dueños calcinados en ellas, cuando la sangre aún estaba fresca y cientos de cuerpos seguían regados y sin identificar; en algunos países de Europa y Latinoamérica, en las mejores universidades de Estados Unidos, en las del pensamiento liberal y crítico, comenzaban ya las manifestaciones de profesores y activistas que, empuñando banderas palestinas y eslogans bien aprendidos, intentaban negar los hechos, justificar lo acontecido y perseguir judíos acusándolos de ser “sionistas” o “genocidas”. 

¿Cómo podía ser posible que cuando Israel aún no movilizaba un solo tanque hacia Gaza, cuando aún no había disparado una sola bala, porque todo era ofuscamiento y humillación, algunos “defensores de los derechos humanos” ya estaban levantando su dedo índice acusador? ¿Cómo explicar la falta de compasión? ¿Cómo entender la “decisión espontánea” de salir a las calles a manifestarse contra Israel? ¿Cuál fue el proceso para que las universidades estadounidenses de reconocida trayectoria se hayan transformado, de la noche a la mañana, en reductos del más violento antisemitismo? Para que de un día a otro los estudiantes, maestros y trabajadores judíos fueran señalados y amenazados por pandillas violentas con discursos maximalistas. Para que pocos intimidaran a muchos. Para que hubiera intolerancia a todos los odios; a todos, menos al odio al judío.

En un primer momento las tomas grabadas y compartidas por los propios terroristas, levantaron voces de alarma. No todos en el mundo cayeron de pie. Los yihadistas decían que habían “aniquilado al gigante invencible”, que habían humillado, sometido y tomado por sorpresa a Israel. Buscaban contagiar su fervor al mundo, pero fue tal su brutalidad, su crueldad excesiva y su inaudita sed de sangre, que resultaban repugnantes.

Rompiendo todas las reglas, inclusive las de la guerra, habían traspasado todos los límites de lo aceptable. Los vimos orgullosos, delirantes, en esas escenas que desnudaron su sevicia y monstruosidad. Ahí donde los terroristas jaloneaban por los pelos a una jovencita que violaron y que no podía dar un paso porque, además, le cortaron los tobillos; sus pants de color gris estaban profanados con plastas de sangre fresca, sangre copiosa que aún chorreaba entre sus piernas (Naama Levy). Ahí donde a punta de kalashnikov martirizan a una madre aterrorizada que abraza a sus dos pequeñitos pelirrojos, sin saber la suerte que tendrán en los túneles de Gaza (Shiri Bibas con su bebé Kfir, de diez meses, y Ariel, de cuatro años). Ahí, en su entrada triunfal a Gaza, llevando en la batea de la camioneta a una joven inerte con las piernas fracturadas, sin nada que cubriera su intimidad, un trofeo de caza que pisan mientras gritan que su dios es grande (Shani Louk). Ahí, donde un niño adoctrinado, de no más de once años, goza lanzándole escupitajos a esa mujer rota y humillada. En las escenas donde cientos de machos palestinos de todas las edades, celebran iracundos con fusiles en las manos o golpeando a los secuestrados en las calles de Gaza.

Frente al aturdimiento que estas escenas generaron en la opinión pública por el sadismo atroz y desbordado, los líderes de Hamás entendieron que había que recular. Estrategas como son, porque a los Hermanos Musulmanes les importa conquistar a Occidente desde adentro, fraguaron cómo voltear el discurso. 

Primero intentaron borrar o eliminar las escenas de las redes, pero ya era tarde. Luego, justificaron la perversión con el argumento de que los tres mil terroristas que atacaron Israel tomaron captagón, queriendo decir que fue esa droga sintética y no su educación religiosa o los planes perfectamente articulados, la que los incitó a actuar de ese modo. Tampoco funcionó.

Al final, temiendo que la balanza de la opinión pública no jugara pronto a su favor, tomaron una medida decisiva que da fe de su perversidad: culparon a Israel de lo sucedido. Khaled Mashaal, Basem Naim y Mahmoud Al-Zahar, miembros de la cúpula de Hamás, comenzaron a dar entrevistas repitiendo la misma retahíla: que “Hamás solo atacó soldados”, que su lucha es de “legítima resistencia”, que los muertos son “sacrificios necesarios”, que lo que circula en redes son “acusaciones infundadas”, “fabricaciones judías”.

Al Jazeera, medio fundado por la poderosa dinastía Al Thani de Qatar —país que también financia a Hamás—, la cadena que se sintoniza en casi todos los aeropuertos y hoteles de Europa, “el medio confiable del mundo árabe” con una audiencia activa de 270 millones de hogares en árabe, chino, español, francés, inglés, ruso y serbocroata, fue clave para filtrar información a modo, para dictar “su verdad”. No hubo masacre en Israel, claro que no, solo actos de reivindicación nacional frente a los ocupantes. Nada de las torturas para asesinar, cercenar, decapitar y quemar a familias enteras. Nada de los bebés incinerados, mucho menos de las violaciones en tumulto a jovencitas y a niñas frente a sus padres, a cuanta mujer encontraron en su camino. Nada de los kibutzim que quedaron inhabitables porque los explotaron, vandalizaron y achicharraron sin piedad. Nada de las piras humanas. Nada de quienes padecieron un martirio tras bailar en el Nova, la fiesta por la paz. Nada del descampado sembrado de cadáveres, mucho menos del cementerio de coches chamuscados con sus propietarios carbonizados en el interior. 

Lo que sí proyectó Al Jazeera fueron las imágenes de los guerrilleros entrando a Gaza en éxtasis, gritando Al-lá-hu-Akbar, dios es grande, vitoreando en las calles con las ametralladoras y las banderas palestinas en alto. En esas escenas de terroristas triunfales jamás hay mujeres, ni una sola, sólo machos en éxtasis. Machos de todas las edades incluidos niños, a quienes comienzan a adoctrinar desde temprana edad. Machos con su perversa versión del patriarcado que somete y esclaviza a las mujeres. 

Aunque más adelante profundizaré en los errores de nuestras democracias liberales, apunto por ahora que las cadenas de noticias occidentales buscando “objetividad” y apelando a tener fuentes “de un lado y del otro”, han caído en el tramposo ejercicio de dar voz a esas mentiras porque, a diferencia de Israel donde hay total y absoluta libertad de expresión, Hamás controla la información con tácticas autoritarias y represivas, y con periodistas-activistas que recluta para fabricar datos. 

Al Jazeera, con una estrategia calculada, reproduce las calumnias sabiendo que serán retomadas y ampliamente repetidas por los medios internacionales asumiendo que son “notas objetivas”, sin siquiera considerar que Al Jazeera es el brazo propagandístico de Qatar y, por ende, de Hamás. Sin pensar que Al Jazeera actúa en complicidad con los terroristas. 

Cuando aún Israel estaba infestado de terroristas con sed de sangre, Al Jazeera ya servía a la causa mediática señalando “la inevitable guerra”. En ese momento en que Joe Biden, Emmanuel Macron y Olaf Scholz viajaban a Israel para mostrar su solidaridad con el Estado judío, y cuando Giorgia Meloni de Italia y Rishi Sunak del Reino Unido condenaban de manera inequívoca a Hamás por “ofrecer solo terror y derramamiento de sangre al pueblo palestino”, Al Jazeera calificaba lo que vendría como “venganza israelí”. 

No justicia, venganza. Las palabras cuentan. 

La cadena noticiosa árabe no se refería a una respuesta de legítima autodefensa por parte del Estado de Israel, a un deseo de tratar de recuperar a 252 ciudadanos secuestrados o a una obligación de resguardar a su población, de eliminar la red de terror de quien atacó, sino a una “revancha”, a un desquite malsano, a una respuesta de ira e impulsividad. Dicho sea de paso, el pueblo de Israel, quizá la cultura más resiliente de la historia, no cultiva deseos de venganza; después del Holocausto, los judíos le dieron vuelta a la hoja para reconstruirse. 

Al borrar el 7 de octubre, al eliminar el terrorismo sádico de Hamás, la historia para ellos estaba por comenzar. La primera página sería “la venganza israelí”. “La voracidad criminal de Israel para atacar inocentes”. “Su sed de sangre para matar niños”. 

El ataque mediático estaba en marcha, el engranaje estaba bien aceitado de tiempo atrás y una gran parte de los militantes de izquierda que algún día defendieron la verdad y las libertades, que solían velar por la dignidad y la justicia, que separaban Iglesia y Estado como base fundacional, los del dios-no-existe, escucharon la vendetta de los islamistas y se alinearon contra Israel, sirviendo como piezas útiles. 

Muchos salieron a las calles para excusar la barbarie de los yihadistas. Para lanzar su puñal ideológico contra el Estado sionista, como le han llamado por décadas. Con las mismas calumnias que la herencia soviética dejó remachadas en su conciencia colectiva, arremetieron contra: Israel-genocida, Israel-criminal, Israel-nazi, Israel-racista, Israel-opresor, nublando la compasión de los indecisos y visibilizando su lucha contra el “colono blanco opresor” y en oposición al “brazo del imperialismo yanqui”. 

Sin dudarlo siquiera un momento, esa izquierda oportunista cumplió su rol. Hamás no atacó civiles, repetían, claro que no. Todo lo del 7 de octubre fue una fabricación de Netanyahu y de Biden. Fue una venganza planeada para iniciar una nueva guerra contra los palestinos. Se atrevieron, inclusive, a corear que fueron los soldados israelíes quienes violaron y mataron a sus propios ciudadanos para tener una excusa para desatar una guerra. Cerraron filas sin importarles que el-pobre-niño-palestino-con-una-piedra-en-la-mano-frente-al-tanque-israelí —esa imagen de David contra Goliat de la primera Intifada de 1987, bien cincelada a piedra y lodo en su imaginario—, no aplica en el contexto actual de fanatismos religiosos y naciones ultrapoderosas como Irán o Qatar, que son quienes respaldan a Hamás, glorificando la guerra santa. 

Quizá la mayoría de quienes muerden el anzuelo, quienes se suman a las marchas propalestinas, no entienden lo que están avalando cuando salen a las calles a gritar: Free Palestine o From the river to the sea, porque desde 2005 no hay un solo israelí en Gaza —es decir que no hay nada que “liberar”—, y porque, en ese inocente afán de apoyar al desposeído, lo que en realidad están respaldando es a una organización islamista multibillonaria y no a un niño pobre que tira piedras. 

Esa izquierda que hoy defiende a Hamás, no cavó su tumba ideológica de un día a otro. La inoculación del odio y la sumisión al fanatismo religioso han sido parte de un proceso lento y progresivo que comenzó a principios de la década de 1970 cuando, en plena Guerra Fría, los países árabes, africanos y latinoamericanos —los No Alineados— pactaron con la urss para tener una voz más sólida en la onu. En el toma y daca de intereses, votos y prerrogativas, frente a las luchas en defensa de la autodeterminación de los países más pobres y contra el imperialismo, el racismo, el colonialismo, el apartheid de Sudáfrica o la guerra de Vietnam, las naciones árabes también impusieron su agenda. 

Gamal Abdel Nasser de Egipto, obsesionado con ser líder del mundo árabe en una República Árabe Unida de carácter socialista, humillado tras el fracaso de la guerra de los Seis Días, asumió un discurso rabioso contra Israel y conminó a que la narrativa del bloque fuera de total repudio al Estado judío. Así, en el cambalache de favores, la urss y una gran parte de las izquierdas del mundo —bien inoculadas con años de antisemitismo— adoptaron a sus nuevos “hermanos árabes” y la causa palestina se convirtió en “el epítome de la justicia social”. Así comenzó el coqueteo de la izquierda-sin-dioses, con el dios Alá. Así reemplazó esa izquierda su playera del Ché Guevara por la kufiya palestina, convirtiendo a esta causa en el símbolo de las minorías aplastadas, en la insignia de los derechos humanos. En la divisa de “la verdadera humanidad”.    

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