La Judeofobia en la Guerra de Malvinas desde Los Pichiciegos de Fogwill

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Ivonne Abadi Chayo: Tiene estudios en Filosofía, Literatura Hispánica, Historia del Arte y Educación Judía. Desde hace 8 años se dedica a la docencia en colegios de la red judía, donde ahora es encargada de crear el diseño curricular para los últimos grados de la preparatoria en el área judaica.

La guerra de las Malvinas fue un conflicto bélico que no sólo enfrentó a dos naciones en combate: Inglaterra y la Argentina, sino que también expuso tensiones sociales internas que incluyeron manifestaciones de judeofobia en el campo de batalla. Esta realidad se refleja con precisión en Los Pichiciegos, de Rodolfo Fogwill (1983), novela que retrata la convivencia de un escuadrón argentino oculto en plena guerra. 

El presente texto tiene como objetivo describir dos componentes centrales de la judeofobia que aparecen en el texto de Fogwill: el deicidio y la disyuntiva entre la integración y el rechazo. Para ello, se realizará un breve recorrido por las aportaciones de David Niremberg y Gustavo Perednik, expertos en el campo de la judeofobia. A su vez, se incorporarán los estudios de Hernán Dobry, autor argentino contemporáneo, que se centran en la judeofobia durante el periodo de la Guerra de Malvinas. Todo mientras se retoman fragmentos de la novela de Fogwill.

Antes de comenzar, vale la pena delimitar el concepto de judeofobia. Según Gustavo Perednik, la judeofobia es un fenómeno que va más allá de la simple discriminación basada en prejuicios, la judeofobia es un un odio demonizador dirigido exclusivamente contra los judíos. En su visión, la judeofobia se caracteriza por criticar y atacar al judío y solo al judío, incluso cuando esos mismos comportamientos o características aparecen en otros grupos. Este odio no se basa en la exclusión desde un lugar de inferioridad, sino que es un rechazo fundamental que busca negar la pertenencia del judío a la sociedad, pues no importa cuánto estos se integren o qué logros tengan, siguen siendo vistos como los otros (Perednik, 2018). 

Perednik explica que la judeofobia es un odio tan profundo y universal que puede surgir incluso dentro de la propia comunidad judía en forma de autoodio o en espacios en donde no hay presencia de judíos. Este fenómeno se alimenta de mitos e ideas antiguas que transforman al judío en un enemigo demoníaco. Esto la convierte en una problemática singular y persistente que sobrevive y se adapta a distintos contextos históricos y sociales (Perednik, 2018). 

El odio contra los judíos hasta el año 1879 había causado estragos pero, curiosamente, no tenía nombre. En esa época dos términos fueron acuñados para definirlo: antisemitismo y judeofobia. El primero se difundió mucho más, aunque es equívoco, e incluso confunde, porque en realidad no tiene nada que ver con los “semitas”. Por varios motivos adicionales es mejor utilizar el término judeofobia. Uno de ellos es que el prefijo anti combinado con el sufijo ismo sugiere una opinión que viene a oponerse a otra opinión, como en antimercantilismo, antidarwinismo o antiliberalismo. Pero la judeofobia no es una opinión, no es una idea. Es odio, y como tal debe ser abordado. De todos modos, el nombre es menos importante que el fenómeno (Perednik, 2018). 

La judeofobia se sostiene de una larga tradición de mitos y falsas creencias que han justificado la persecución y exclusión de los judíos a lo largo de la historia. Existen numerosos mitos antijudíos que alimentan este fenómeno, desde acusaciones religiosas y teológicas hasta teorías conspirativas de carácter político y social.

Entre estos mitos, destacan por su arraigo y persistencia dos que han tenido un impacto especial: el deicidio y la disyuntiva entre la integración y el rechazo. En primer lugar, el mito del deicidio, que acusa a los judíos de ser responsables colectivos por la muerte de Jesús, se trata de una idea que ha sido repetidamente utilizada como base para justificar la discriminación y la violencia contra el pueblo judío. Este mito se refleja en diversas manifestaciones culturales y religiosas, y su influencia puede rastrearse hasta nuestros días en ciertos discursos y prejuicios. Cabe aclarar que cada uno de los mitos adquiere características y significados de acuerdo a la época que se vive. Recuperando una de las frases más relevantes de la ciencia, se puede afirmar que la judeofobia no se crea ni se destruye, solo se transforma. 

El origen de este mito está en los Evangelios, cada uno de los Evangelios narra de una manera distinta la crucifixión de Jesús. De su lectura, la patrística cristiana asumió que los asesinos de Dios fueron los judíos. 

De acuerdo al Evangelio de Marcos, el Sanedrín, el concilio supremo judío, juzgó a Jesús en un proceso ilegal y secreto. Marcos detalla que el Sanedrín buscaba una razón para condenarlo, presentando falsos testigos y falsas acusaciones. Cuando Jesús afirmó ser el Hijo de Dios, el sumo sacerdote lo acusó de blasfemia, lo que según la ley judía merecía la pena de muerte. Después, el Sanedrín incitó al pueblo a pedir la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. De este modo, Marcos presenta al Sanedrín judío como el instigador clave en la condena y entrega de Jesús para su crucifixión. Así lo podemos leer en el texto original: 

Muy de mañana, habiendo tenido consejo los principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondiendo él, le dijo: Tú lo dices. Y los principales sacerdotes le acusaban mucho.  Otra vez le preguntó Pilato, diciendo: ¿Nada respondes? Mira de cuántas cosas te acusan.  Mas Jesús ni aun con eso respondió; de modo que Pilato se maravillaba. Ahora bien, en el día de la fiesta les soltaba un preso, cualquiera que pidiesen. Y había uno que se llamaba Barrabás, preso con sus compañeros de motín que habían cometido homicidio en una revuelta.  Y viniendo la multitud, comenzó a pedir que hiciese como siempre les había hecho.  Y Pilato les respondió diciendo: ¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos? Porque conocía que por envidia le habían entregado los principales sacerdotes. Mas los principales sacerdotes incitaron a la multitud para que les soltase más bien a Barrabás. Respondiendo Pilato, les dijo otra vez: ¿Qué, pues, queréis que haga del que llamáis Rey de los judíos? Y ellos volvieron a dar voces: ¡Crucifícale! Pilato les decía: ¿Pues qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más: ¡Crucifícale! Y Pilato, queriendo satisfacer al pueblo, les soltó a Barrabás, y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado (Marcos 15: 1-15).

Sin embargo, es el Evangelio de Mateo el que sostiene que los judíos y su descendencia serán los eternos responsables de la muerte de Jesús. El Evangelio de Mateo dice así:  

Ahora bien, en el día de la fiesta acostumbraba el gobernador soltar al pueblo un preso, el que quisiesen. Y tenían entonces un preso famoso llamado Barrabás. Reunidos, pues, ellos, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo? Porque sabía que por envidia le habían entregado. Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él. Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto. Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás. Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!

Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado (Mateo 27:15-26). 

Es en el libro de Mateo donde se establece la cuestión de que Poncio Pilato “se lavó las manos” para asumir que no tiene responsabilidad en la muerte de Jesús. El fragmento antes citado demuestra que Pilato, al no encontrar culpa en Jesús, se mostró reacio a condenarlo y expresó que era inocente de la sangre de ese justo, lavándose las manos como símbolo de inocencia. Sin embargo, el pueblo judío, instigado por el Sanedrín, respondió colectivamente: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.” Esta frase implica que todas las generaciones venideras de los judíos asumen la responsabilidad por la muerte de Jesús, estableciendo así el fundamento para la acusación histórica del deicidio por parte del pueblo judío.

Por su parte, David Nirenberg ha analizado cómo esta acusación de deicidio es una pieza clave del antisemitismo histórico. Explica que, desde el relato neotestamentario que atribuye a los judíos la responsabilidad colectiva por la muerte de Jesús, esta idea se transformó en un «modo de pensar» que legitimó la persecución y exclusión del pueblo judío a lo largo de los siglos. El mito del deicidio, dice Nirenberg, persiste y se transmite culturalmente, no desaparece simplemente con leyes o declaraciones oficiales (como la del Concilio Vaticano II: Nostra Aetate) sino que se transforma y se adapta a cada época (Nirenberg, 2014).

Ahora, pasemos al segundo mito antijudío: la disyuntiva entre la integración y el rechazo, que también se identifica con acusaciones que sostienen que los judíos son traicioneros, hechiceros, los que envenan pozos. Si bien, desde la época medieval hay un antijudaísmo marcado por la acusación a los judíos de traición al lugar en donde viven, es en la era moderna cuando este mito se intensifica. Sobre todo con Los Protocolos de los Sabios de Sion, un texto falsificado que afirma que los judíos mantienen una conspiración secreta para dominar el mundo y que, en consecuencia, los judíos no pueden ser leales a ninguna nación porque priorizan sus intereses ocultos por encima del bienestar nacional. Esta teoría conspirativa ha alimentado dudas injustificadas sobre la integridad y la lealtad de las comunidades judías en múltiples países, negándoles la plena pertenencia y fomentando un rechazo basado en la desconfianza y el miedo infundado. Este texto apareció por primera vez en 1903. 

Los Protocolos de los Sabios de Sión están redactados en primera persona, como si fueran escritos por los propios judíos, para darles apariencia de autenticidad. Sin embargo, este documento fue creado a principios del siglo XX por la policía secreta zarista en Rusia, con el objetivo de culpar y justificar la persecución contra los judíos. A pesar de haber sido desenmascarados como una falsificación, los Protocolos han sido usados para alimentar mitos sobre una supuesta deslealtad judía hacia las naciones donde residen.

Las siguientes citas demuestran lo descrito anteriormente: “Estas manos conducirán la opinión como le convenga a nuestros intereses” (Cohn, 2010). El autor se refiere a los periodistas con la frase las manos, es decir, todos los medios de comunicación estarán vinculados a los intereses de los judíos. 

Actualmente, nos hallamos muy cerca de lograr nuestro objetivo final. Nos queda por recorrer un pequeño trecho antes de que se cierre el círculo de la serpiente, símbolo de nuestro pueblo. Cuando se complete el cerco, quedarán encerrados y atenazados, como por una recia cadena, todos los estados de Europa. Muy pronto, se habrán de desplomar los pilares de los estados constitucionales que aún quedan en pie; los estamos desequilibrando continuamente para que se vengan abajo. Los gentiles creen que están afianzados sólidamente en sus bases nacionales y que el equilibrio de sus países habrá de durar. Pero los jefes de sus estados son disminuidos por servidores incapaces, habituados a las intrigas y a un terror que jamás cesa. Distanciado de la conciencia de su pueblo, el gobernante no sabe defenderse de intrigantes ávidos de poder (Cohn, 2010).

Esta cita revela cómo se presenta la idea de un cerco implacable, simbolizado por el «círculo de la serpiente», que atenaza a Europa hasta que sus pilares constitucionales colapsen. Además, resalta la crítica hacia los gobernantes, descritos como incapaces y separados de su pueblo, que no pueden defenderse de intrigas de poder. Este texto es un ejemplo claro del discurso antisemita y conspirativo que busca justificar la persecución y desconfianza hacia los judíos. 

Sumado a lo anterior el texto dice: “A nosotros no nos harán daño porque conoceremos de antemano el momento del ataque y tomaremos medidas para proteger nuestras personas e intereses”  (Cohn, 2010). Haciendo referencia a que los judíos jamás podrán ser dañados por los gobernantes, debido a que previamente conocerán los mecanismos de ataque y siempre velarán por sus intereses y por cuidarse a sí mismos. 

Ahora bien, no se puede dejar de hacer un pequeño hincapié en cómo se ha desarrollado la judeofobia en Argentina. Ésta tiene raíces profundas, manifestándose en episodios como la Semana Trágica de 1919, cuando grupos paramilitares atacaron violentamente a la comunidad judía bajo acusaciones falsas. Además, durante el siglo XX, circuló la teoría conspirativa del Plan Andinia, que afirmaba erróneamente que los judíos planeaban crear un estado propio en la Patagonia. Además, durante la última dictadura militar argentina (1976-1983), la judeofobia se manifestó con particular crudeza, tal como documenta Hernán Dobry en su libro Ser judío en los años setenta. Aunque la dictadura no persiguió a los judíos exclusivamente por su religión, hubo una sobrerrepresentación de personas judías entre los desaparecidos y detenidos en campos clandestinos. Además, se registraron actos antisemitistas específicos, como torturas y humillaciones agravadas en estos centros, que reflejaban un tratamiento especial hacia los judíos. Este fenómeno estuvo vinculado a una visión nacionalista excluyente, que negaba la diversidad étnica y cultural, identificando a los judíos como “otros” dentro del proyecto nacional. 

Después de la extensa descripción sobre la judeofobia y los dos mitos antijudíos que sustentan la presente investigación, pasaremos al análisis de la obra de Rodolfo Fogwill. 

Los Pichiciegos de Rodolfo Fogwill es una novela pionera en su tema que narra la historia de un grupo de cerca de 25 soldados argentinos enviados por la dictadura cívico militar a la Guerra de Malvinas en 1982. La Guerra de las Malvinas fue un conflicto bélico de 1982 entre Argentina y el Reino Unido por la soberanía de las islas Malvinas en el Atlántico Sur. Comenzó el 2 de abril, cuando tropas argentinas invadieron y tomaron control del archipiélago, considerado por Argentina como territorio usurpado desde 1833. El Reino Unido respondió enviando una fuerza naval y aérea para recuperar las islas, desatándose combates intensos que duraron 74 días hasta la rendición argentina el 14 de junio del mismo año. 

Durante el conflicto, estos soldados desertan y se esconden en una cueva subterránea, llamada la pichicera, que será su refugio y símbolo de supervivencia. Oficialmente, el ejército los da por muertos, mientras ellos luchan contra el frío, el hambre, el miedo y la guerra misma. Mantienen los rangos militares e incluso comercian con los soldados ingleses y habitantes locales para poder sobrevivir. La novela expone la crudeza, el absurdo y el instinto de supervivencia en un conflicto político, cuestionando la épica oficial y destacando la deserción como acto de resistencia frente a una guerra que, para muchos, fue impuesta. La novela fue publicada en plena guerra, mostrando una retórica heroica con una mirada crítica y humana sobre lo que realmente ocurrió en las Malvinas.

En la novela aparece el siguiente fragmento: “Acevedo contaba cuentos. Todos cuentos de judíos. Siempre uno nuevo. ¿Cómo podía saber tantos cuentos de judíos? —¡Porque soy judío…! —anunció. Y nadie quiso creerle. ¡Si se llamaba Acevedo, un apellido tan común, argentino, que hasta calles hay! Pero mostró a la luz de la linterna (lo tenía recortado), y pronunció palabras en hebreo y tuvieron que creerle” (Fogwill, 1983). Esto ilustra la compleja integración y el rechazo que enfrentan los judíos en las naciones en que habitan, como en este caso, la Argentina. 

A pesar de que Acevedo lucha por su país en las Malvinas, sus compañeros no logran conciliar su identidad judía con su lealtad argentina, reflejando los estereotipos negativos promovidos por Los Protocolos de los Sabios de Sion. Este fragmento revela cómo dichos mitos conspirativos sembraron desconfianza y prejuicio contra los judíos, considerándolos como «otros» que no pueden ser completamente parte de la nación. La incredulidad hacia Acevedo es un símbolo del rechazo social sufrido por los judíos, aunque su compromiso y sacrificio demuestren lo contrario. Aquí cabe la pregunta: ¿por qué los judíos no irían a defender las Malvinas si son argentinos también? 

De acuerdo a Goldman y Dobry, muchos miembros de las fuerzas armadas “se formaron al calor de las lecturas de los clásicos que circulaban en los sectores nacionalistas y militares más retrógrados, como Mi lucha y Los protocolos de los sabios de Sión” (Dobry, Goldman, 2014). No es de extrañarse que en Malvinas exista la presencia de estos mitos. 

El siguiente fragmento a analizar es este: “No puede creerse que carguen tantas balas estas pistolas de Israel” (Fogwill, 1983). Quizás el contexto de la novela y los diálogos previos dan a entender esta frase en un sentido peyorativo. Es decir, ¿por qué no sería creíble que Israel enviase pistolas bastante efectivas? Aquí resuena el mito antijudío que revela que los judíos son tramposos. Es necesario aclarar que en el mundo contemporáneo, donde la religión ha perdido peso, los mitos en contra de los judíos, han tendido a resignificarse en una cuestión nacional, asociando a los judíos con el Estado de Israel. Vale la pena mencionar que todos los fragmentos que se mencionan son parte de las conversaciones que tienen los soldados en su lucha por sobrevivir. En esta frase del autor, podemos ver cómo se recupera la cuestión de que el Estado de Israel brindó armamento a la Argentina para luchas por las islas Malvinas. A pesar de la neutralidad oficial, Israel proveyó armas clave a Argentina para sortear embargos impuestos por potencias occidentales. Entre el material suministrado estuvieron aviones IAI Dagger, repuestos, municiones y sistemas de comunicación cifrada que resultaron vitales para la resistencia argentina. Esta ayuda clandestina permitió prolongar el combate y complicó la estrategia británica, evidenciando una alianza estratégica oculta entre Israel y Argentina durante el conflicto. A pesar de lo anterior, persiste una desconfianza hacia los judíos, en esta ocasión representados por el Estado de Israel. 

Aquí vemos una estrecha relación entre el texto de Fogwill y Los Protocolos de los Sabios de Sion en cuanto al simbolismo de la desconfianza hacia los judíos. Mientras que en la novela se destaca la eficacia y el poder del armamento israelí, el texto conspirativo de los Protocolos sugiere que los judíos tienen un control oculto y que sólo luchan por sus intereses. Esta frase pone en evidencia de manera irónica cómo, a pesar de la ayuda tangible y real que Israel brindó a Argentina en la guerra, persisten los prejuicios y el temor infundado hacia la influencia judía, reflejando la contradicción entre la realidad y los estereotipos conspirativos.

Los análisis de Gustavo Perednik podrían describir lo que sucede con los soldados compañeros de Acevedo. Perednik afirma que la judeofobia no es simplemente discriminación, sino un fenómeno demonizador, donde los judíos, a pesar de estar plenamente integrados y ser exitosos, nunca son totalmente aceptados como parte de la nación. Este fenómeno se perpetúa incluso en contextos nacionales críticos como una guerra, donde los mitos antiguos sirven para negar y deslegitimar la pertenencia judía. Tal es la paradoja que se observa en la novela cuando Israel provee armamento a Argentina, pero los soldados judíos argentinos siguen siendo señalados como extraños o enemigos internos.

Un ejemplo desproporcionado que resuena a partir de la lectura de los párrafos anteriores, es el caso Dreyfus en Francia, a fines del siglo XIX. Alfred Dreyfus, un oficial judío del ejército francés que fue falsamente acusado de traición, representó para muchos franceses paradójicamente tanto su patriotismo como la amenaza interna de la judeofobia que no podía ser aceptada. Dreyfus estaba plenamente integrado y comprometido con la nación, pero su identidad judía llevó a una persecución basada en prejuicios ancestrales que negaban su pertenencia auténtica a Francia. El antisemitismo en torno al caso no fue solo discriminatorio, sino demonizador y acusatorio, emparentado con la idea del judío como enemigo interno y peligroso. 

A pesar de que no hay una proporción porque no se puede comparar la persecución de un oficial por parte del ejército, con lo que sucede día a día en el campo de batalla con los soldados, como es el caso del ejemplo en Los Pichiciegos, no se puede negar que ambos eventos se relacionan con lo que muchos llaman la eterna paradoja del pueblo judío: entre más quiere pertenecer, más lo rechazan. 

Así, de forma similar que en el caso Dreyfus, los judíos argentinos en Malvinas enfrentaron una contradicción: a pesar de que Israel les proporcionaba armamento y de su compromiso con la defensa nacional, permanecían señalados como extranjeros indeseables. Esta paradoja evidencia cómo los mitos judeofóbicos trascienden la realidad o el contexto y se mantienen como un mecanismo para negar la plena integración nacional de los judíos y demonizarlos incluso en contextos donde su patriotismo es incuestionable. Los estudios de Hernán Dobry aportan desde la experiencia real el impacto de esta judeofobia en la guerra. Basados en testimonios de soldados judíos, Dobry documenta que el antisemitismo en las fuerzas argentinas se manifestó en maltratos físicos, torturas y humillaciones, confirmando que estos prejuicios no eran retóricos sino acciones concretas. La frase de un soldado, “No puede creerse que carguen tantas balas estas pistolas de Israel” (Fogwill, 1983), resume la incredulidad basada en prejuicios, aún frente a hechos materiales claros. 

Por último, está el siguiente fragmento: “al turco “TURCO” porque no es turco, es árabe; a Acevedo que es rosarino, porque es judío, se le dice ruso o “rachan” en inglés; a los judíos hijos de puta porque escupieron a Cristo y gracias porque le mandan cohetes a Galtieri” (Fogwill, 1983). En este fragmento vemos una combinación entre el mito del deicidio y lo comentado en párrafos anteriores. Aquí vale la pena observar cómo a pesar de ser argentinos luchando en las Malvinas, los soldados judíos sufrieron de demonización gracias a la resignificación y readaptación contextual del mito del deicidio. De acuerdo a los testimonios de soldados que recupera Hernán Dobry, esto que narra Fogwill se observó en el campo de batalla, a través de una hostilidad que se expresaba en rumores, maltratos y desconfianza. Así, aunque estos soldados judíos defendían la patria con valentía, eran doblemente marginados, enfrentando no sólo al enemigo británico sino también al rechazo de sus propios camaradas y oficiales, demostrando la contradicción entre su sacrificio y la intolerancia interna.

La experiencia del soldado judío Sued en las Malvinas, da testimonio de cómo los judíos fueron demonizados por el mito del deicidio. Goldman y Dobry lo explican de la siguiente manera: 

Otro ejemplo, también retomado de Hernán Dobry, es el que cuenta el soldado de apellido Sued. Otra de las acusaciones estaba relacionada con lo religioso y respondía a la visión católica preconciliar de que los israelitas habían matado a Cristo. Esto hacía que oficiales y suboficiales descargaran su bronca sobre los soldados por esa herencia “maldita”, lo que redundaba en reprimendas especiales que se materializaban de diversas formas. “Al volver a la compañía, un cabo me increpó y acusó a todos los judíos por la muerte de Jesús. No paraba de gritarme e insultarme. Me llevó afuera y comenzó con el famoso baile. Quedé extenuado y, al finalizar, continuaba con los insultos”, resalta Sued. (Dobry, Goldman, 2014). 

A su vez, está el testimonio de Silvio Katz, un joven soldado judío argentino que luchó en la Guerra de Malvinas. Llegó a las islas con apenas 19 años, enfrentando el frío, la falta de alimentos y un armamento deficiente. Además de combatir al enemigo británico, soportó la judeofobia de parte de algunos oficiales argentinos, quienes lo maltrataron físicamente y lo humillaron por su origen judío. Tras la guerra, Katz denunció estos abusos. La investigación y recuperación de su historia fue realizada por Hernán Dobry, quien demostró cómo los soldados judíos estaban luchando contra dos frentes: la guerra y el prejuicio (Dobry, 2023). 

La judeofobia durante la Guerra de Malvinas, evidenciada en la novela Los Pichiciegos de Fogwill y confirmada por los testimonios recopilados por Hernán Dobry, ilustran una realidad dolorosa y aún poco reconocida. A pesar de que los soldados judíos argentinos lucharon con valentía defendiendo a su país, enfrentaron un rechazo férreo basado en mitos antiudíos muy antiguos como el deicidio y la idea de que los judíos jamás pueden ser plenamente parte de una nación. Esta paradoja muestra cómo la judeofobia, profundamente arraigada y transformada por documentos falsos como Los Protocolos de los Sabios de Sion, permeó incluso en contextos de guerra donde la unidad nacional debería ser lo primordial. Los soldados judíos sufrieron no sólo la crueldad del enemigo extranjero, sino también humillaciones, torturas y marginación dentro de sus propias filas. 

La permanencia y persistencia de estos prejuicios refleja la tenacidad histórica de la judeofobia como un fenómeno demonizador y excluyente que se adapta y resiste en diferentes matices y épocas. 

Bibliografía 

Cohn, N. (2010). El mito de la conspiración judía mundial. Los Protocolos de los Sabios de Sión. A. 

Dobry, H. (2023). Los soldados judíos de Malvinas. Ediciones Hebraica. 

Dobry, H. & Goldman, D. (2014). Ser judío en los años setenta. Testimonios del horror y la resistencia durante la última dictadura. Siglo XXI Editores. 

Fogwill, R. (1983). Los Pichiciegos. El Ateneo.  

Niremberg, D. (2014). Anti-Judaism: The Western Tradition. W. W. Norton & Company. 

Perednik, G. (2018). Judeofobia: Las causas del antisemitismo, su historia y su vigencia actual. Editorial Sudamericana. 

  1.  Rosalind Franklin (1920–1958) fue una física y cristalógrafa británica cuyo trabajo con difracción de rayos X fue decisivo para la identificación de la estructura del ADN. La llamada Fotografía 51, obtenida por ella en su laboratorio, fue compartida sin su consentimiento con James Watson y Francis Crick por Maurice Wilkins, colega de Franklin en el King’s College. Esa fotografía les permitió elaborar un modelo que da cuenta de la estructura de doble hélice del ADN. Aunque la contribución de Franklin fue científica y técnicamente superior en varios aspectos, ella no fue incluída en el Premio Nobel otorgado en 1962 a Watson, Crick y Wilkins. Su caso ha sido ampliamente documentado como un ejemplo de apropiación de trabajo científico en contextos de desigualdad de género (Maddox, 2002; Franklin & Gosling, 1953).

  2.  Tikún olam, se refiere a reparar (tikún) el mundo (olam). Es una expresión del pensamiento judío que ha tomado distintos matices desde su inclusión en el Talmud, donde implicaba normas para el mantenimiento del orden social. Hoy en día el concepto se usa también como un principio ético que promueve la justicia social, ambiental y económica. En contextos seculares, se entiende como una responsabilidad activa hacia la mejora del mundo, sin requerir una base religiosa explícita (Dorff, 2005).
  3. Lynn Margulis (1938–2011) fue una bióloga evolutiva estadounidense que desarrolló la teoría de la endosimbiosis seriada. En ella, Margulis explica que ciertas estructuras celulares (como las mitocondrias y cloroplastos) derivan de bacterias incorporadas por simbiosis a otra célula más grande. Sus trabajos fueron rechazados inicialmente por más de 15 revistas científicas antes de ser publicados en 1967. Margulis enfrentó durante años el rechazo de la comunidad científica dominante, que mantenía una visión preponderantemente competitiva de la Evolución. A pesar de la hostilidad, su trabajo fue luego validado por evidencia genética y se ha convertido en uno de los más importantes pilares de la biología moderna (Sagan, 2012; Margulis, 1998).
  4. Rita Levi-Montalcini (1909–2012) nació en Italia y se dedicó a las neurociencias. Junto con Stanley Cohen, descubrió el factor de crecimiento nervioso (NGF), fundamental para el entendimiento del desarrollo, supervivencia y plasticidad neuronal. Ganó el Premio Nobel de Medicina en 1986. Durante años tuvo que trabajar en secreto debido a las leyes raciales fascistas en Italia, y mucha de su investigación la hizo en un laboratorio clandestino e improvisado en su casa. Su concepción del trabajo científico incluía una dimensión explícita de compasión y responsabilidad ética y a lo largo de su vida defendió una visión de la ciencia comprometida con la humanidad. Fue senadora vitalicia en Italia y defensora activa de la investigación científica y los derechos humanos.
  5.  Midrash es una metodología exegética judía desarrollada principalmente en la época rabínica, que busca expandir o reinterpretar el significado de los textos bíblicos a través del análisis de lagunas, contradicciones o ambigüedades. No se trata de mera explicación literal, sino de una reelaboración activa del texto. Esta práctica no se limita a explicar lo evidente, sino a generar nuevas preguntas y sentidos. En un uso ampliado, puede describir cualquier lectura crítica que interroga lo dado y se resignifica a partir de lo marginal o lo omitido (Boyarin, 1990).
  6. Ner tamid significa luz perpetua; es una lámpara que arde continuamente en las sinagogas como símbolo de la presencia divina y de la continuidad del pacto. En la cultura judía moderna y también en contextos simbólicos seculares, representa la permanencia de la memoria, la ética y la vigilancia constante frente a la injusticia o el olvido (Bokser, 1981).
  7. Gueulá quiere decir redención, y en el judaísmo clásico alude a una liberación colectiva futura. En contextos contemporáneos y seculares, puede referirse a procesos de transformación o restitución ética que, sin ser milagrosos, implican una reparación histórica o estructural de lo humano (Heschel, 2004).

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