Estamos solos, tal vez demasiado solos

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Raquel Markus – Finckler  (Caracas, Venezuela)
en colaboración con el Doctor Ernesto Kahan 1
(Israel) 

Sobre la autora 
Periodista, escritora, poeta, investigadora histórica y editora judía venezolana. Mamá y esposa. Doctorado Honoris Causa, mención Derechos Humanos otorgado por la Fundación Universidad Hispana. Ganadora del primer lugar de varios certámenes literarios realizados en Venezuela y a nivel internacional. Miembro de Número de la Academia de Genealogía de Venezuela. Miembro Activo del Círculo de Escritores de Venezuela. Integrante del Comité Venezolano de Yad Vashem. Autora de los poemarios Escribir para existir, Donde reside la belleza y Las Horas Negras.

Estamos solos, tal vez demasiado solos

En memoria de Shiri, Ariel y Kfir Bibas Z”L. Dedicado al Doctor Ernesto Kahan.

Cada cincuenta años
y en cada generación
seremos elegidos para el juicio.
Cada cincuenta años
y en cada generación
hay quien nos exige sacrificio.

¿Elegidos para qué?
No para vencer
¿Elegidos para qué?
Si ya no nos queda la piel.
¿Elegidos para qué?
Si ya nos ponemos de pie.
¿Elegidos para qué?
Si ya nos colgamos la fe.

Herederos de la rabia de Caín
y de la suerte de Abel.
Siempre en el altar sin ángel ni cordero.
Seguimos ardiendo en el desierto,
Seguimos desafiando el desconcierto.

Estamos solos, tal vez, demasiado solos.
¿Alguien escucha nuestros rezos?
Estamos solos, tal vez, demasiado solos.
¿Alguien atiende nuestros ruegos?
Estamos solos, tal vez, demasiado solos.
¿A partir de qué edad merecernos piedad?

Aunque hoy las redes se vistan de naranja
en nuestro centro hoy dos niños siguen muertos.
¿Acaso un like los salvará?
¿Acaso una mención los liberará?
Porque hoy ya es muy tarde para ellos,
nuestros niños siguen muertos, tal vez demasiado muertos.

Cada cincuenta años y en cada generación
seremos el pueblo elegido para probar el odio.
Cada cincuenta años y en cada generación
seremos el pueblo elegido para sentir la ira.
¿Para qué molestarse en cosernos las heridas?
¿Para qué molestarse en clamar por empatía?

Siempre en agonía.
Sin llegar a morir del todo.
Siempre en agonía.
Sin dejar de sufrir por todo.
Sería más fácil terminar de caer.

Siempre seremos los extraños.
Siempre seremos los vencidos.
Somos Holocausto. Somos sacrificio.
Somos los culpables, pues seguimos vivos.

Este poema, que hoy me atrevo a publicar, surgió durante una de las profundas e inspiradoras conversaciones (vía chat) que he tenido la suerte y el privilegio de mantener con el Doctor Ernesto Kahan. 

El Doctor Ernesto Kahan se presenta por sí solo; aunque, para quienes no lo conozcan, puedo adelantarles que entre muchos otros de sus grandes méritos fue galardonado con el premio Nobel de la Paz, del año 1985, en su figura de vicepresidente regional de la asociación Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear y el Premio Albert Schweitzer de Paz. Es médico, poeta, profesor universitario, académico de honor de la Real Academia Europea de Doctores y Doctor Honorario en Literatura. Judío nacido en Argentina que, debido a la dictadura militar, emigró a Israel en 1976. También ha encontrado tiempo para expresar su alma por medio de la poesía y el arte, y es un ferviente activista en la búsqueda de una paz verdadera y sustentable para toda la humanidad.

Nuestra amistad se inició a raíz de la invitación que recibí para participar en el Concurso Internacional de Trovas Clásicas de la Organización Mundial de Trovadores (OMT), un certamen promovido desde Israel por el doctor Kahan, quien actualmente se desempeña como Presidente Honorario de este ente. La edición de febrero, centrada en dos temas: pobreza y liberación, estuvo dedicada a honrar al ilustre poeta Jaim Najman Bialik, considerado el poeta nacional de Israel y una de las figuras más influyentes de la poesía hebrea moderna.

Palabras del Doctor Ernesto Kahan
A la reconocida y superior poeta Raquel Markus, que enternece al corazón de los lectores, la conocí cuando se presentó al concurso de Trovas Clásicas que organicé en la OMT (Organización Mundial de Trovadores) desde Israel en homenaje a su poeta nacional Jaim Najman Bialik.  

La familia que heredé de mis padres tiene raíces muy profundas, por el lado de Catalina, mi madre, que siempre me inició y llevó, por el camino del arte; la literatura hispanoamericana y la pintura, llegó a fines de los años del 1.800 desde Kishinev, entonces provincia de la Rusia Zarista y hoy día Moldavia, donde sufrían crímenes y persecuciones. En Argentina se transformaron en los “gauchos judíos”. El gran escritor Bialik escribió un poema que en mi infancia me desgarró y también por eso lo elegí para el concurso que hice.

Mis abuelos llegaron a Argentina escapando de la Rusia Zarista, de los pogromos y de la miseria y el terror. A finales del siglo XIX e inicios del XX, antes de las Revoluciones de Abril y de Octubre (Noviembre) de 1917, en todo el territorio ruso el antisemitismo fue una política casi oficial por el Gobierno del Zar, algo que no sucedía de forma tan abierta en Europa Central, Occidental y menos en los Estados Unidos, México o Argentina.

Ahora en los pogromos de Hamás en las poblaciones agrarias de Israel y en mi casa, me encuentro con Raquel y en su hombro y el mío escribimos poesía y yo me declaro culpable.


Me declaro culpable. Un acto de palabra y cicatriz.
Por Ernesto Kahan © febrero 2025
Me declaro culpable
por haber desbordado mi herida
sobre la vasta llaga del mundo,
y por haber sembrado mi sangre
en la tierra ya calcinada
que arrastra siglos de puñaladas y donde
el odio se amasa con la arcilla
y el nombre de Dios es filo y fiebre.
Perdón —
no debí regar mi hiel fuera de mi pecho,
no debí manchar con mi fiebre
la fiebre ancestral,
ni desnudar mi duelo
sobre los cadáveres que todavía
gritan en lenguas de ceniza.
Pero me dolió el viento
que trae con él las voces de mis muertos,
me dolió la sombra que atraviesa el exilio
como un perro sin patria,
me dolió la historia enterrada
y la historia que no deja de nacer
con la misma hemorragia.
Me declaro culpable
por no haber podido contener mi lágrima
en la cárcel de mi ojo.
Por haber dejado que mi rabia
se hiciera río e inundara las manchas.
Perdón —
Yo también soy escombro de Babel,
también cargo la culpa
de los que lloran con la boca apretada,
de los que mueren en los márgenes
porque nacieron con la estrella de David
bordada en la piel.
Me declaro culpable
de haber dicho lo que arde,
de haber amado lo que el mundo
ha condenado a llamas.
Culpable por recordar,
por no haber dejado que la costra
cierre la herida.
Culpable —
porque dentro de mí
se sigue escribiendo la historia
que otros quisieron borrar.
Y aunque pida perdón,
y aunque suplique silencio,
no sé si puedo evitar
seguir sangrando.

  1.  En su momento, vicepresidente de «Médicos contra la Guerra Nuclear», institución galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 1985.

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