¿Cuándo es el turno de los judíos?

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Yehiel Moshe Elias Nuchi (Israel)

Sobre el autor: Yehiel Moshe Elias Nuchi nació en Ciudad de México, residió en Caracas, Venezuela, y a los 14 años decidió probar suerte en un internado en Israel, impulsado por su fuerte sentimiento sionista. Se graduó de bachiller en el año 2021 y decidió quedarse en Israel, ya que, según su propio testimonio, es el único lugar donde se siente plenamente feliz e identificado con su judaísmo. Desde el 2022, se enlistó en las FDI. Actualmente tiene 20 años, y sirve en la Rama de Cooperación Internacional de las Fuerzas Terrestres Israelíes. Además de los interminables proyectos escolares, esta es su primera publicación; pero, definitivamente, la primera de muchas. Desea estudiar estudios políticos, economía y filosofía.

Estudios sobre la compasión, como cualidad innata del ser humano, se ponen sobre la mesa cuando se siguen sumando enfrentamientos y violaciones a los derechos humanos a la larga lista de atrocidades perpetradas por la humanidad. Esta sensibilidad al sufrimiento propio y ajeno, que motiva a tratar de aliviarlo y prevenirlo, parece disiparse cuando las más absurdas y obtusas manifestaciones del mal aparecen para desafiar la tolerancia y el respeto. Es por ello que, entre todos los intentos de la civilización por hacer prevalecer esa supuesta justicia, esa conciencia y preocupación empática hacia el sufrimiento ajeno, me pregunto: ¿cuándo será el turno de los judíos?

A lo largo de la historia, el ser humano ha tenido la tendencia de diferenciarse de varias maneras del animal, ya sea resaltando nuestro “intelecto superior” o nuestra capacidad de crear culturas y religiones. Sin embargo, aquella cualidad que parece asomarse una y otra vez en el debate de la humanidad versus el reino animal, es el cuidado mutuo y la empatía hacia nuestro semejante. A lo largo y ancho del mundo podemos encontrar culturas, ideales, naciones y religiones cuya cosmovisión se rige (o por lo menos lo hace en teoría) por el amor y compasión hacia el prójimo. Sin duda, encontramos un sinfín de maneras de predicar esta habilidad, al parecer inherente a nuestra especie. 

Un conmovedor ejemplo de cómo esta característica se encuentra presente ya desde tiempos inmemorables, es un descubrimiento arqueológico de más de 4.000 años de antigüedad hecho en la Península Arábica de una joven de 18 años que murió de una enfermedad neuromuscular (quizás polio). El cuerpo fue estudiado y en él encontraron varias deformidades que tuvo esta persona a lo largo de su vida. A pesar de que estas deformidades en su mayoría fueron causadas directamente por la enfermedad, una de ellas no estaba correlacionada: los dientes de la joven presentaban un prematuro deterioro por causa de caries, algo muy poco común para su edad y para la época. Los arqueólogos llegaron a la conclusión de que esto fue provocado por los dátiles que le daban sus cuidadores para consentirla; por la compasión que le tenían, conmovidos ante su debilidad. Este caso no es el único; se han documentado muchos más, incluso más antiguos que ese. 

Es impresionante saber que, incluso hace miles y miles de años, el ser humano tuvo el coraje de desafiar al aplastante orden natural con escaso conocimiento y primitivas herramientas. A pesar de ello, y sin negar las cualidades bondadosas del ser humano, uno llega a preguntarse por el paradero de dicha innata compasión cuando se habla de las diferentes atrocidades que se han cometido en contra de la humanidad y por la humanidad. Y es que parece que el concepto de amar al prójimo se esfuma cuando por alguna razón -por más simple que sea-, el otro resulta diferente, incómodo o exige de nosotros tolerancia ante ideas contrarias o contrariantes. Queda al descubierto, entonces, que la supuesta igualdad pierde su ímpetu para hacer frente a todo tipo de discriminaciones. La complejidad del ser humano pareciera indescifrable. Varias cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo y lo que aplica para uno no resulta igual para el otro. Esta percepción se ha acentuado aún más en mí desde que comenzó la guerra del 7 de octubre en Israel. 

Como judío de la diáspora, siempre he tenido presente la existencia del antisemitismo, siempre he estado consciente de lo que pasó en la Shoá, del maltrato que recibieron los judíos en el norte de África o de los estereotipos que existen de nosotros, incluso en la actualidad. Llámese trauma intergeneracional, epigenética o simple neurosis; siempre tuve el sentimiento de que seguíamos siendo la misma humanidad que fuimos en los años 30 y 40.  Este período de casi un año me ha enseñado cómo la sociedad muta, cambia y evoluciona; o, incluso, involuciona y nunca pierde su ingrediente discriminatorio. 

La sociedad ha pasado por cambios radicales y eventos históricos únicos que han dejado su huella indeleble. Se desarrollaron las ideas de igualdad, justicia, tolerancia, etcétera. Se ha luchado por terminar con la discriminación racial, el sexismo, la homofobia, el clasismo y se ha promovido la justicia social, la igualdad de género y de clases. Nada es negro o blanco, pero nadie puede negar que con cada nueva generación que llega, pareciera que la interseccionalidad cada vez es, irónicamente, más difícil de alcanzar. La ética y la justicia para todos se derrumban como un juego de naipes. Es por eso que, entre todos los intentos de la civilización por hacer prevalecer esa supuesta justicia, me pregunto, ¿cuándo es el turno de los judíos? 

¿No somos acaso, si no el más longevo, uno de los más antiguos ejemplos de víctimas de odio y discriminación de la humanidad? Parece ser que el mundo siempre nos olvida cada vez que sube un peldaño en su supuesta ruta de progreso. Uno pudiera llegar a pensar que, después de la calamidad del Holocausto, seríamos merecedores de compasión o, al menos, juzgados bajo el mismo estándar que el resto, con justicia y equidad. Sin embargo, y muy lamentablemente, se confirmó lo que parecía ser tan solo un pensamiento intrusivo que he tenido a lo largo de mis 20 años: en cuanto se presente la oportunidad, el mundo sonreirá de nuevo, siendo testigo de nuestro sufrimiento. 

Con el reciente ataque de Hamás contra Israel el 07/10, se iluminó un rincón oscuro y despertó un sentimiento antisemita en el mundo que yacía latente. Este ataque brutal a la población judía israelí no solo nos ha mostrado la magnitud del odio que existe en nuestra contra, sino también la presencia de justos que no han sucumbido a él. El 07/10 reveló que las bellas ideologías modernas de justicia e igualdad se ven opacadas por el clásico e instintivo antisemitismo medieval o, incluso, ancestral. Da la sensación de que el odio contra el judío podría ser una cualidad innata en una parte considerable de la población mundial. 

Podemos ver esto en el Caso Dreyfus, un oficial del ejército francés que en el año 1894 se comprobó que era inocente e, incluso, inspiró a Herzl a fundar el Congreso Sionista Mundial. En una Francia postemancipación, donde primerose popularizó el ideal de libertad, fraternidad e igualdad; al parecer, los judíos nunca fueron realmente considerados compatriotas en el subconsciente colectivo. Hoy, de manera similar, presenciamos estándares sesgados en relación con los recientes acontecimientos de la guerra. Ha sido realmente enervante ver cómo multitudes proclaman la necesidad de erradicar al Estado de Israel en su totalidad. Curiosamente, no se escuchan voces pidiendo erradicar otros países después de entrar en conflicto con una organización terrorista. Es clara la hipocresía del mundo cuando situaciones como la dictadura en Venezuela, que lleva más de 20 años, han pasado casi desapercibidas en el ámbito político y diplomático mundial. ¡Brasil y Colombia se abstienen de instar a Venezuela a publicar los resultados electorales, aunque declararon públicamente fuera de la OEA su apoyo al país!

Surge la cuestión de si la humanidad es realmente compasiva o si, simplemente, el pueblo judío no ha ganado aún su estatus de igualdad ante los ojos del mundo no judío. Lo que realmente me parece extraño es que nosotros, los judíos, sentimos una obligación constante de mostrarle al mundo nuestra humanidad y justificar, a cada momento, por qué no somos culpables de lo ocurrido el 07/10. Debería bastar con saber que mujeres, hombres, niños y ancianos fueron asesinados salvajemente para generar empatía con los miles de israelíes —árabes y judíos— que perecieron.

Se ven muchas ONGs judías haciendo interminables esfuerzos de hasbará1, los cuales, aunque necesarios, a veces rayan en explicar la obviedad. No pasa inadvertida la ironía de tener que hacerlo. A veces llegamos al absurdo de convencer a los demás de que merecemos vivir, que no merecemos ser atacados y que tenemos derecho a la autodeterminación. Definitivamente, hay que combatir el extremismo, y en medio de este absurdo, no ayuda tener una posición débil frente a la rabiosa bestia del antisemitismo.

Queda claro que la empatía no luce su presencia en períodos como el que vivimos y que la tolerancia hacia el pueblo judío es más una ilusión que un hecho. Aun así, frente a ese circo, los judíos seguimos sorprendiéndonos con cada debacle antijudía. Realmente, nada de esto es un descubrimiento para nosotros. Sobrevivimos al odio durante siglos, y lo llevamos en la sangre a tal punto que los judíos y sus experiencias han contribuido al estudio de lo que hoy se denomina trauma intergeneracional.

Como pueblo y como nación, son pocas nuestras alternativas: es una cuestión de espigar la postura o desaparecer. Pasa por mi mente la duda sobre cómo nos mantendremos unidos y fuertes cuando, incluso entre los nuestros, hay judíos que van en contra de sus propios intereses.

Aunque relativamente ínfimos, podemos observar algunos judíos que nos recuerdan una de nuestras costumbres más antiguas: en el séder de Pésaj, cuando recitamos la parte de los cuatro hijos, el rashá (malvado) dice “¡para ustedes!” y no para él, alejándose así de su comunidad. Entonces, ¿cuál es nuestra esperanza cuando el mundo parece abalanzarse sobre nosotros y la asimilación genera individuos dentro de nuestras comunidades que van en contra de sus propios intereses? V´jol dor v´dor2 surge esta pregunta de nuevo. Siempre existe el miedo de ser erradicados por factores externos o desaparecer por factores internos. Curiosamente, nunca termina de cumplirse esa preocupante premonición.

Si reflexionamos sobre uno de los más famosos estereotipos antijudíos —nuestro “sospechoso” éxito en los diferentes ámbitos de la vida— es fácil llegar a la conclusión de que no se debe a que seamos una raza superior o tengamos alguna fórmula secreta que haga que el resto de los pueblos sean menos exitosos que el nuestro. Además de la sabiduría que contiene la Torá, creo que es plausible decir que existimos, a pesar de tantos siglos de matanzas, expulsiones forzadas y ser obligados a adaptarse a las peores y más complicadas situaciones, gracias a nuestro espíritu guerrero.

Parafraseando un poco la teoría evolutiva de Darwin, según la cual el más fuerte sobrevive, no cabe duda de que el pueblo judío, que ha pasado por tanto y que es relativamente cerrado, es un pueblo de sobrevivientes. Un pueblo donde, por razones lamentables, prevalecieron solo los más fuertes y capaces. Esto, junto al inmutable deseo de perseverar y la resiliente terquedad de sobrevivir a nuestra manera y bajo nuestros propios términos, nos recuerda la razón de nuestro ser y nuestro estar. Ahí está la respuesta a esta interrogante tan antigua como nosotros: el pueblo judío continuará siendo y existiendo porque se renueva y regenera con cada intento de sofocarlo. Cuando la amenaza acecha, los cimientos de Israel se refuerzan y, naturalmente, solo el judío orgulloso de su pueblo, conocedor de su historia, cultura e identidad, queda en pie. Es irrelevante cuánto odio pueda albergar el rashá, o los intentos antisemitas en nuestra contra.

Sigamos siendo fieles a nuestras raíces. Promovamos en las generaciones venideras una amplia educación, tanto universal como hebrea. Reforcemos nuestra identidad judía, identidad de amantes de la vida y guerreros, no de víctimas ni presas. Recordemos siempre nuestra conexión directa con el Estado de Israel. Estamos en un nuevo renacer del sionismo, en respuesta a la creciente ola de antisemitismo y su vertiente disfrazada de antisionismo. Sintámonos vigorosos por lo que hemos cultivado y esperanzados por las metas que aún podemos alcanzar como pueblo y como nación. Quien pueda y tenga la convicción, venga, haga Aliyah como yo. Esa es la mejor cura para quien sufre por el antisemitismo en la Golá. Sigamos triunfantes, preservando el precepto: “Kol Israel arevim ze la’ze”3. Juntos, perduraremos.

 Bibliografía:
 Gorman, James. Ancient Bones That Tell a Story of Compassion. New York Times, 2012.

  1. (N. de la E.) Hasbará – explicación o esclarecimiento – es el término hebreo para designar los esfuerzos por explicar y defender la postura de Israel frente al mundo.

  2. (N. de la E.) Del texto de la Hagadá: “En cada generación y generación, el hombre debe verse a sí mismo como si fuese él quien salió de Egipto”.

  3. (N. de la E.) “Todos los judíos somos garantes los unos por los otros”.

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